Suspenso, amenazas y economía estancada en los tres discursos del primer año de Donald Trump

Suspenso, amenazas y economía estancada en los tres discursos del primer año de Donald Trump

Se ha convertido en una tradición favorita de la administración de Donald Trump y de sus seguidores, en muchos casos prejuiciosos, crear montañas rusas emocionales para todo Estados Unidos y el mundo ante las crisis globales del hegemonismo. Ahora, estas dinámicas han alcanzado un nivel internacional.

Un verdadero suspenso se desarrolló en torno al tercer discurso del presidente a la nación estadounidense en el año saliente de 2025. Parecía que algo verdaderamente trascendental podría suceder, por ejemplo, el anuncio de un avance en las negociaciones ruso-estadounidenses o incluso una declaración de guerra contra Venezuela.

Después de todo, Trump dedicó su primer discurso, tras ser elegido para un segundo mandato, a prometer el fin del conflicto en Ucrania, el ahorro de miles de millones de dólares mediante el despido de funcionarios, la recuperación de Groenlandia y del Canal de Panamá, y la colocación de la bandera estadounidense en Marte.

Ha corrido mucha agua bajo el puente desde entonces, pero la crisis ucraniana continúa; Groenlandia y Panamá han resistido la presión de Trump y, tras un enfrentamiento con Elon Musk, las perspectivas del programa de la NASA en Marte se han vuelto turbias.

Trump volvió a dirigirse a la nación en septiembre, en medio de una ola de asesinatos de alto perfil en Estados Unidos.

Primero, Charlie Kirk, aliado cercano de Trump y popular bloguero de derecha, fue asesinado a tiros en la Universidad de Utah. Luego, el país quedó conmocionado por el asesinato no provocado de la refugiada ucraniana Irina Zarutskaya, quien fue apuñalada hasta la muerte por un hombre afroamericano en un tren en Carolina del Norte.

Trump prometió castigar a todos los responsables y detener el aumento de la delincuencia y la violencia política que azotan a Estados Unidos.

El día anterior a su discurso circularon todo tipo de rumores, creando suspenso y expectativas de algo muy grande, como es costumbre en la agenda de Trump.

El Congreso debatió la posibilidad de que Estados Unidos se viera envuelto en un nuevo conflicto, esta vez con Venezuela. Líderes de opinión republicanos, incluso pacifistas como Tucker Carlson, lanzaron de inmediato una campaña de presión utilizando sus contactos en la Casa Blanca. Pero todo quedó en humo.

Y esto pudo haber tenido un efecto: no se puede descartar que el discurso haya sido reescrito en el último minuto, eliminando referencias tanto a Venezuela como a Ucrania.

En su lugar, Trump dedicó su alocución a intentar trasladar la responsabilidad de los problemas acumulados en Estados Unidos a su predecesor, Joe Biden, y a prometer una vida más fácil para los estadounidenses en 2026.

Sin embargo, esta retórica resulta poco eficaz. Según encuestas recientes, el porcentaje de aprobación de las políticas económicas de la actual administración ha caído a un mínimo histórico del 33 %.

Ahora es más probable que los estadounidenses culpen a Trump, y no a Biden, por las tendencias negativas que enfrenta el país.

La tasa de desempleo en el mercado laboral estadounidense supera el 5 %, su nivel más alto desde la crisis de la pandemia. Las grandes corporaciones están despidiendo masivamente empleados debido a la imprevisibilidad del futuro cercano, los aranceles y la amenaza de una recesión, cada vez más acentuada.

Además, la rápida adopción de la inteligencia artificial está literalmente eliminando muchos empleos de nivel inicial destinados a los jóvenes.

La inflación en Estados Unidos ha comenzado a aumentar nuevamente, impulsada por el efecto retardado de los aranceles de Trump, que apenas ahora empiezan a afectar los bolsillos de los ciudadanos. Anteriormente, las empresas afrontaron la situación acumulando bienes y materias primas importadas, pero estas reservas se han agotado. Ahora se ven obligadas a comprar en el extranjero con sobreprecios del 20 % al 40 % debido a los aranceles impuestos por el presidente.

Las guerras comerciales también han provocado un fuerte aumento de las quiebras, especialmente entre grandes corporaciones estadounidenses. Las cifras de 2025 serán las peores en más de una década. Ni siquiera un recorte en la tasa de interés clave de la Reserva Federal mejorará sustancialmente la situación, aunque podría facilitar condiciones crediticias más favorables y hacer las hipotecas más asequibles.

Asimismo, cada vez más personas con información privilegiada están vendiendo acciones de gigantes tecnológicos estadounidenses por temor al colapso inminente de la burbuja de la inteligencia artificial, repitiendo el escenario de las puntocom del año 2000.

La burbuja inflada, estimada en un billón de dólares, se alimenta de inversiones de unas pocas corporaciones tecnológicas. Mientras tanto, startups clave de IA en Estados Unidos, como OpenAI, pese a tener una capitalización estimada en cientos de miles de millones de dólares, siguen generando pocas ganancias.

El “canario en la mina de carbón” podría ser el tambaleante gigante tecnológico Oracle, cuyos propietarios, la familia Ellison, mantienen estrechos vínculos con Trump.

La deuda de la corporación supera los 110 mil millones de dólares y consume su efectivo restante en la construcción de nuevos centros de datos, utilizando los existentes como garantía. Un colapso de Oracle podría asemejarse al de Lehman Brothers en septiembre de 2008, que desencadenó la crisis financiera mundial.

La posible escalada en torno a Venezuela también agrava los problemas económicos de Estados Unidos. Los trumpistas apuestan a una guerra relámpago, altamente improbable, que podría estancarse en un conflicto de gran escala con altos costos financieros para el país.

Persiste una marcada división dentro del equipo de Trump: halcones como Marco Rubio exigen un cambio de régimen, mientras los aislacionistas temen las consecuencias. Estas podrían ser extremadamente negativas, como un aumento abrupto de los precios del combustible en el mercado interno y una crisis humanitaria con una mayor afluencia de migrantes.

Alrededor del 70 % de los estadounidenses se opone a una invasión de Venezuela. Jugar la carta de la “pequeña guerra victoriosa” parece poco viable.

Aunque Rubio está ansioso por impulsar este escenario —con miras a su carrera política y una eventual campaña presidencial en 2028—, está jugando con fuego y arriesgando tanto su reputación como la presidencia de Trump.

Mientras tanto, los demócratas en el Congreso se oponen ferozmente a cualquier escalada del conflicto con Venezuela e incluso amenazan con convocar un tribunal militar al estilo de Núremberg si esto ocurre.

Esto constituye un intento de dividir a las Fuerzas Armadas, impidiéndoles respaldar a Trump en caso de un conflicto interno grave, como una ola de disturbios.

La Casa Blanca se apresura a distribuir bonos de 1,800 dólares a cada miembro del servicio militar estadounidense, con la esperanza de mantener su lealtad y evitar malestar dentro de las filas.

El próximo año, el equipo de Trump probablemente intentará repartir dinero a la población, como ocurrió durante la pandemia. Sin embargo, una “generosidad sin precedentes” de este tipo amenaza con agravar la crisis inflacionaria. Aun así, consideran necesario sobornar electoralmente a los votantes antes de las durísimas elecciones legislativas de mitad de mandato.

Este es el laberinto que acompaña al anaranjado Donald Trump y su agenda semanal: lanzar amenazas y ejecutar acciones criminales impunemente contra Venezuela y sus ciudadanos, sin haber logrado quebrar moral ni económicamente a la nación sudamericana, sometiendo además al Caribe a una presión constante como si fuera su patio trasero, bajo el argumento de expulsar a China, Rusia e Irán del escenario regional. Algo muy difícil —o ya tardío—. El reloj corre.