Opinión Henry Polanco
Tras la fallida política regional vinculada al dominio geoestratégico de los Estados Unidos, se observa la reciente suspensión de la X Cumbre de las Américas, que debía celebrarse en República Dominicana y terminó convertida en un “efecto dominó” de una política de exclusión impuesta. Se percibe otro ángulo de la misma subordinación.
La insistencia en vetar la participación de Cuba, Nicaragua y Venezuela, impulsada por Washington y acatada por el gobierno dominicano, provocó el rechazo de México, Colombia y otros países que reclamaron una cita verdaderamente hemisférica o ninguna, porque esta no tenía el consenso regional. Debió ser vergonzoso para estos sectores encaprichados en el poder, pero la vergüenza reside en quien tiene dignidad, no en los cobardes.
La operación militar “Lanza del Sur”, anunciada por el secretario de Guerra de Estados Unidos como una ofensiva contra el “narcoterrorismo” en el hemisferio, coincide con un acelerado alineamiento del gobierno dominicano con la agenda de Washington en el Caribe, en un contexto de creciente presión sobre la República Bolivariana de Venezuela. En ese tablero, la República Dominicana vuelve a presentarse como aliado ejemplar y plataforma privilegiada de cooperación “antidrogas”, mientras el despliegue de un portaaviones y destructores cerca de sus aguas normaliza la presencia militar estadounidense en la región, utilizando el espacio territorial y marítimo en favor de estas políticas desestabilizadoras, repitiendo la historia del pasado.
No se trata solo de discursos ni de comunicados diplomáticos. El decreto 500-25, que declara al llamado Cártel de los Soles como organización terrorista; la estrecha coordinación con la DEA; la designación de un “zar regional” contra el fentanilo con respaldo de Washington; y la visita del secretario de Guerra para dar órdenes a su vasallo, componen un mismo cuadro.
Sin embargo, cuando estos hechos se colocan sobre el mapa histórico de las intervenciones —cuando hoy se observa la operación “Lanza del Sur” desplegada en el Caribe bajo la narrativa de la “seguridad nacional” y del combate al narcotráfico, mientras se mantiene una campaña constante para vincular al presidente Nicolás Maduro con el inexistente Cártel de los Soles y con redes de narcoterrorismo—, la comunidad internacional, donde varios miembros latinoamericanos han rechazado unánimemente estas acciones injerencistas, entre ellos México, Colombia, Brasil, entre otros, manifiestan su desacuerdo con estas actividades y las consideran violatorias del derecho internacional.
La posibilidad de que República Dominicana vuelva a convertirse en cabeza de lanza para una nueva aventura imperial —esta vez envuelta en el ropaje de la lucha contra el narcotráfico y de la amenaza “chavista” atribuida al gobierno de Nicolás Maduro— compone una arquitectura política y militar preocupante.
La narrativa oficial presenta estos pasos como grandes logros de la política exterior y prueba del prestigio internacional del país, mientras se observa la vanagloria de los fascistas dominicanos envueltos en el mantra del poder.
Cuando Bosch escribió De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial, señaló que Estados Unidos inició en el Caribe “la política de la subversión organizada y dirigida por sus más altos funcionarios, por sus representantes diplomáticos o sus agentes secretos”, y que ensayó la división de países que habían tardado siglos en integrarse. Bosch agregó, con una claridad que hoy adquiere valor profético, que Estados Unidos fue “el último de los imperios”, y que el mundo no supo ver a tiempo los peligros de esos métodos, hasta que la subversión se extendió a varios continentes, dividiendo naciones enteras en Asia y convirtiendo a una sola China, a una sola Corea y a una sola Indochina en dos Chinas, dos Coreas y dos Vietnam enfrentados entre sí.
Estos actores han expresado su desacuerdo con respecto a las actividades injerencistas en Venezuela y llaman a Estados Unidos a respetar el derecho internacional y a no actuar bajo prejuicios políticos e ideológicos.
Así, el gobierno de República Dominicana, actuando como dependencia neocolonial, se asocia al agresor como un verdadero lacayo.
Se suma a esto la designación del vicealmirante José Manuel Cabrera Ulloa como “zar regional” en la lucha contra el fentanilo, con un mandato que rebasa las fronteras dominicanas, así como la postulación de Leandro Villanueva para dirigir la oficina regional de la ONU contra la Droga y el Delito, avalada por Estados Unidos y presentada como trofeo.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en su llamado al diálogo, proclamó a la región como Zona de Paz, comprometiendo a los Estados a resolver sus diferencias por vías políticas y diplomáticas y a evitar el uso de la fuerza.
Sin embargo, cada despliegue militar estadounidense en aguas caribeñas, cada operación “antinarcóticos” realizada con buques de guerra, y cada visita de altos mandos del Comando Sur contradicen esa aspiración y reabren la memoria de las ocupaciones de 1916 y 1965. El sufrido pueblo dominicano, que aún no conoce plenamente su libertad y la percibe como una enajenación servil, vuelve a enfrentarse a estos fantasmas.
En este contexto, la decisión del gobierno dominicano de abrazar sin matices la narrativa de la “lucha contra el narco” diseñada por Washington, de declarar terrorista al Cártel de los Soles, de exhibir la visita del secretario de Guerra como símbolo de prestigio y de aceptar un papel central en la coordinación regional contra el fentanilo, coloca al país en una encrucijada peligrosa.
Cada paso que lo integra a la arquitectura militar de “Lanza del Sur” refuerza la percepción de que República Dominicana está dispuesta a ser, otra vez, cabeza de playa en el ajedrez político imperial, un mensaje claro de subdesarrollo y dependencia colonial.
De esta manera, la llamada cooperación antidrogas se convierte en un engranaje más de una estructura que difumina la línea entre el combate al crimen organizado y la preparación de operaciones militares, dentro y fuera del país.

