Opinión / Simón Polanco / politólogo
En la historia política reciente hemos visto cómo gobiernos que parecían inamovibles terminaron cayendo, no por golpes militares ni conspiraciones oscuras, sino por algo más simple y más poderoso: la presión social de un pueblo que despertó. Y es que los gobiernos, cuando se ciegan en la soberbia del poder, olvidan una verdad básica de la democracia: el poder no es del gobernante; es del pueblo.
La República Dominicana vivió un ejemplo claro con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Tras décadas de dominio político, estabilidad y control institucional, fueron las indignaciones sociales, las manifestaciones de jóvenes y sectores organizados, las denuncias sobre prácticas administrativas y los reclamos por transparencia, lo que provocó una erosión paulatina hasta derrumbar el gobierno en las elecciones. Ese proceso no fue espontáneo: fue el resultado de una sociedad que dejó de ser sumisa, que perdió el miedo y que decidió hablar en las urnas.
Lo mismo ocurrió en Nepal, donde un gobierno que parecía sólido terminó desplomándose frente a la presión de la Generación Z, una juventud informada, conectada y sin miedo a señalar los errores de sus líderes. Esa generación más horizontal y menos respetuosa de los viejos rituales de la política tradicional llevó al país a un terreno de resistencia social donde el gobierno no tuvo otra salida que caer. Fue un recordatorio global: la nueva juventud no se deja manipular por discursos vacíos, exige resultados.
Y ahora, el escenario se repite en México. Las protestas encabezadas por la misma Generación Z, exigiendo transparencia, renovación del mandato y mayor responsabilidad política, envían un mensaje contundente a la presidenta Claudia. No importa el tamaño del Estado ni el poder del partido gobernante: cuando una juventud despierta, no hay propaganda, no hay narrativa oficial y no hay aparato político que pueda contener ese empuje social.
Estos hechos no son aislados. Son parte de una tendencia global:Los pueblos ya no son sumisos. La información corre más rápido que los intentos de manipulación. La gente compara, analiza, critica… y actúa. Los gobiernos deben entender que los tiempos cambiaron. Ya no están frente a ciudadanos dóciles, sino frente a una sociedad que observa, exige y vota con criterios más conscientes. Un gobierno que ignora ese cambio está cavando su propia caída.
La advertencia es clara: Los gobiernos que se creen dueños del poder, tarde o temprano, terminan enfrentándose a la realidad: el poder está en la calle, en las redes, en la juventud, en la ciudadanía que ya perdió el miedo.
Un pueblo empoderado no retrocede, y un gobierno que desconoce ese poder social corre el riesgo inevitable de convertirse en un capítulo más de la historia que nadie quiere repetir.
