Más Allá del Pescado sin Cabeza: Una Reflexión Urgente sobre el Conocimiento Desconectado de la Vida

Por Sergio Terrero
¿Para qué me sirve una ciencia que solo observa fragmentos de la realidad, incapaz de ver el todo?
¿De qué nos sirve un conocimiento elegante en su formulación, pero estéril en su capacidad para transformar la vida cotidiana?
¿Cuál es el valor de una verdad que no se traduce en bienestar, justicia o libertad para las personas?
Estas preguntas, lejos de ser un ejercicio de escepticismo infructuoso, son el latido de una inquietud esencial. Surgen cada vez de que, desde una mirada epistémica, intento discernir la validez última del vasto edificio del saber que hemos construido. Y me llevan a una conclusión incómoda: gran parte del conocimiento que producimos y transmitimos padece de un mal crónico: la desconexión.
Esta reflexión no nació en los anaqueles de una biblioteca, sino en la vibrante y a veces impredecible arena de un aula. Discutíamos la necesidad de abordar las ciencias sociales con una mirada interdisciplinaria y holística, en lugar de hacerlo desde la cómoda especialización que parcela y reduce. Fue entonces cuando un estudiante de primer año, con la lucidez de quien aún no ha sido domesticado por el academicismo, compartió una anécdota que funcionó como un poderoso koan pedagógico.
Relató que en su familia, por generaciones, cada vez que se cocinaba pescado, la mujer de la casa le cortaba ritualmente la cabeza y la cola antes de freírlo. Él, habiendo visto a su madre y a su abuela hacerlo así, nunca lo cuestionó. Hasta que un día, su propia hermana, cargada de esa sana curiosidad que el sistema educativo suele extinguir, preguntó: «Mamá, ¿por qué siempre le cortamos la cabeza y la cola al pescado?». La madre, tras un momento de reflexión, respondió: «Ah, eso… porque mi sartén, el que heredé de tu abuela, era muy pequeño. Si no lo cortaba, no cabía».
La Tiranía de la Herencia sin Sentido
Esta historia, aparentemente simple, es una metáfora perfecta de la inercia que domina no solo nuestras costumbres domésticas, sino también nuestros sistemas de conocimiento. Repetimos patrones, teorías, metodologías y contenidos sin preguntarnos por su «razón de ser» en el contexto actual. Son los «pescados decapitados» del saber: prácticas que alguna vez tuvieron una función (un sartén pequeño), pero que, al cambiar las condiciones (tenemos sartenes grandes), se vacían de significado y se convierten en un ritual hueco.
En la educación, este fenómeno es epidémico. Los estudiantes, y con frecuencia nosotros, los docentes, asumimos los contenidos como dogmas incuestionables. Enseñamos teorías económicas sin vincularlas con la inflación que sufren las familias, sociología sin conexión con la fragmentación del barrio, o psicología ajena al malestar emocional de una generación. Transmitimos el «qué» pero olvidamos desesperadamente el «para qué». El conocimiento se convierte así en un fósil: interesante para observar en una vitrina, pero muerto para la vida.
Hacia un Aula Viva: Del Depósito de Saberes al Espacio de Cuestión Radical
La consecuencia lógica de esta reflexión es una llamada a la transformación profunda de los espacios de enseñanza-aprendizaje. No se trata solo de incorporar nuevas tecnologías o metodologías activas; se trata de un cambio de actitud fundamental. Debemos convertir las aulas en laboratorios de sentido crítico, donde docentes y estudiantes se alíen para interrogar constantemente el valor, la aplicación y la vigencia de lo que se enseña y se aprende.
Esto implica:
- Contextualizar el Conocimiento: Presentar siempre el origen, el problema concreto que una teoría intentaba resolver y las limitaciones de su época. El conocimiento debe tener un «anchor» en la realidad histórica y social.
- Fomentar la Pregunta Incómoda: Premiar la curiosidad que desafía lo establecido. La pregunta de la niña del pescado debe ser el modelo a seguir: «¿Por qué hacemos esto? ¿Qué propósito tiene hoy?».
- Conectar con la Realidad Fenomenológica: El aprendizaje debe ser un diálogo entre el saber académico y la experiencia vivida del estudiante. ¿Cómo explica esta teoría la desigualdad que veo? ¿Cómo me ayuda este concepto a entender mi realidad emocional?
El Conocimiento como Herramienta de Liberación y Bienestar
Decir que «hay que enseñar a pensar» se ha vuelto un lugar común. La verdadera tarea es más compleja y profunda: hay que proveer las herramientas para deconstruir, reconstruir y co-construir el saber. El conocimiento sostenible no es el que se memoriza, sino el que surge de la colaboración, la reflexión compartida y se ancla en la realidad concreta de quienes lo producen.
Solo cuando el estudiante (y el docente) ven en el conocimiento una herramienta poderosa para entender y, sobre todo, para transformar su mundo individual y colectivo, la ciencia cumple su promesa más valiosa. Deja de ser un conjunto de datos inertes para convertirse en una fuerza dinámica al servicio de la vida.
La próxima vez que nos enfrentemos a un «pescado sin cabeza» en nuestro plan de estudios, en nuestra investigación o en nuestra práctica docente, tenemos una elección: seguir cortándolo por inercia, o tener el valor de preguntar: «¿Para qué sirve este conocimiento hoy? ¿Cabrá en el sartén de la vida de mis estudiantes?». La respuesta definirá si nuestro trabajo es mera repetición o si es, en verdad, un acto de creación significativa.




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