Opinión Samuel Luna
Los Quijotes dominicanos buscan resolver sus problemas existenciales a través de los conflictos que les rodean; de esa forma, pueden sentirse muy útil, más héroes, muy importantes y únicos en la tarea mesiánica que ellos eligieron como herramienta terapéutica y de entretenimiento.
Los Quijotes dominicanos están en todos los sectores y en todas las esferas que impactan y moldean los fundamentos del país. Ellos desean resolver los conflictos de forma sincera, pero aveces se equivocan; se ponen uniformes imaginarios, toman espadas para confrontar aquellos molinos que se convierten en gigantes sociales y quieren derrotar a esos gigantes desde una plataforma escénica y aislada del pueblo.
Esos Quijotes no escuchan al pueblo, para ellos la masa es inculta, pero olvidan que el pueblo es práctico y sirve de contrapunto. Simultáneamente tenemos a un pueblo sarcástico como Sancho panza; así mismo, nuestro pueblo es buenazo, confiado y crédulo, somos el mismo Sancho panza, bonachón y seguimos a los Quijotes que se lanzan de las azoteas para caer en piscinas de concretos con flechas de acero vista como el agua azul que nos relaja y nos seduce hasta arrastrarnos a la decepción.
La conducta quijotesca se alimenta del desorden absoluto, del “yoísmo”, esto crea el perfecto caldo para sentirnos que tenemos las respuestas para cada situación. Esta conducta promueve el individualismo, reduciendo el trabajo como equipo. Es bueno resaltar que esas anomalías quijotescas de no entendernos, de no cooperar de forma intencional para resolver los problemas del Estado y del pueblo dominicano, es el resultado de la miscegenación y el mestizaje forzado y con horror. Esas culturas o etnias no lograron fusionarse, solo convivían y coexistían, impulsados por necesidades económicas y de sobrevivencia.
Como resultado a la sobrevivencia, nace el tigueraje dominicano, el cual es parte de nuestra herencia cultural debido a la falta de conciencia colectiva y a la ausencia de un protagonismo histórico con integridad, pasión y carácter. Ese tigueraje es fiel a los Quijotes dominicanos. El pueblo, como la figura de Sancho panza, es engañado, hablándoles de ofertas de trabajo, extendiéndoles abrazos y apretones de manos de forma mágica y tierna. Música, aguardiente y las movidas de los glúteos se combinan para darle el golpe final a un pueblo “naive” y masoquista.
El Quijote dominicano se burla de forma magistral, creándoles escenarios con ideales muy altos que ni ellos mismos entienden. Luego pasan al clímax producido por un conjunto de arengas que generan euforias y un montaje en forma de un ritual de vudú, dejando como producto final una pila de estiércol con olor a pasión y pintado de nuestro azul larimar que con el tiempo se diluye y se pierde en medio del mismo pueblo.
Los Quijotes y los Sanchos están en todas las arterias de la sociedad dominicana, están en las iglesias y en los partidos políticos; podemos verlos en las estructuras religiosas con consignas que apuntan hacia una utopía sin fundamentos bíblico-teológicos. Y hablando del contexto político, los Quijotes se inflan, se crecen, apostando que si ellos llegan a los gigantes imaginarios resolverán los problemas sociales. Pero, al llegar son traicionados, tumbados y derrotados por sus mismas locuras y por su estado de alteración mental.
Entonces, debemos estar muy conscientes de que:
– La metamorfosis que debe suceder en nuestro país, solo será realidad cuando sustituyamos los Quijotes por facilitadores, por políticos reales que miren sus partidos como un medio y no como un fin para sus logros.
– Los Quijotes no podrán vencer a esos monstruos, porque para vencer a los gigantes debemos apuntar al corazón e ir más allá de los análisis políticos cargados de letras vacías.
– El pueblo deberá hacer un ejercicio doloroso pero necesario, desmitificar el papel de los partidos políticos y verlos desde una justa dimensión.
– Debemos ser más pueblo, más realidad, más Estado y menos fanáticos del infructuoso carnaval de los partidos políticos que hasta hoy no han logrado implementar una real democracia, pero tampoco, una seguridad ciudadana.
Deja un comentario