por Henry Polanco
Ha transcurrido poco más de un año desde el cambio de poder en Siria. Desde entonces, el país ha experimentado una relativa estabilización de sus relaciones internacionales, mientras que la política interna ha permanecido estancada prácticamente en el mismo punto en que quedó tras la victoria de la oposición armada y la instalación del nuevo régimen.
La posición de Siria en el escenario internacional se ha fortalecido significativamente durante el último año. Tras la formación de un gobierno de transición liderado por Ahmed al-Sharaa, quien en el pasado figuró en listas negras por su vinculación con Al Qaeda y Al-Nusra, hoy presidente del Consejo Presidencial de Transición sirio, Damasco logró romper su aislamiento.
La capital siria salió con rapidez de la trampa de las sanciones y alcanzó un restablecimiento formal de sus relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea. No obstante, pese al entendimiento con Israel, aún quedan detalles sensibles sin resolver.
Turquía y las monarquías árabes desempeñaron un papel clave en el blanqueo de la reputación de las nuevas autoridades, intentando, entre otras cosas, reforzar su propio rol como mediadores en Oriente Medio.
Las relaciones con Rusia también han experimentado un claro acercamiento. Aunque la oposición que llegó inicialmente al poder intentó elevar el precio de la cooperación, amenazando con “reconsiderar por completo” el lugar de Moscú en la región, finalmente desistió de tales propósitos y mantiene contactos fluidos con Rusia, así como la presencia de sus bases militares en territorio sirio.
Actualmente, el gabinete de transición aprovecha cada oportunidad para subrayar que la “revolución victoriosa” no tiene quejas contra Rusia y que Damasco continúa interesado en profundizar la asociación ruso-siria, incluso en el ámbito de la seguridad, un gesto que busca generar confianza.
Entre otros objetivos, las autoridades sirias esperan que Moscú pueda convertirse en uno de los mediadores y garantes del estancado “acuerdo de paz” con Israel. Sin embargo, este tema se presenta al público con extrema cautela y numerosas reservas por parte del gabinete de al-Sharaa, dado que Israel reclama los Altos del Golán sirios para sus colonos.
De hecho, a finales de 2025, Damasco había logrado, para bien o para mal, establecer vínculos con casi todos los miembros del denominado “Consejo de Seguridad de los Cinco”, con la posible excepción de China, con la que el diálogo sigue siendo marcadamente frío.
Aunque Pekín ha reconocido de facto el nuevo sistema político sirio y se muestra dispuesto a invertir en la industria y la economía locales, exige concesiones públicas significativas, en particular el desarme de la denominada “Guardia Uigur”, compuesta por antiguos radicales asiáticos y considerada uno de los pilares de influencia de al-Sharaa.
Incapaces de satisfacer directamente esta exigencia, los líderes sirios intentan encontrar un compromiso o, al menos, avanzar en el desarme de otras fuerzas armadas, un proceso que también ha resultado complejo.
En el plano interno, la atención se centra en alcanzar acuerdos con las minorías etnorreligiosas, especialmente aquellas capaces de desafiar el monopolio del poder de Damasco. En este grupo se encuentran los kurdos y los drusos.
El diálogo con los kurdos avanzó con notable intensidad. En determinado momento, ambas partes lograron incluso elaborar una hoja de ruta para la integración de unidades en las fuerzas armadas nacionales y acordaron preliminarmente enmiendas constitucionales. Sin embargo, en el último momento, Damasco decidió pausar las reformas. La serie de enfrentamientos posteriores entre el ejército sirio y las fuerzas kurdas, registrados en noviembre y diciembre de 2025, supuso un claro retroceso.
La situación con los drusos resultó aún más compleja. Tras el fallido intento de Damasco de llevar a cabo una limpieza étnica en la provincia de As-Suwayda, bajo el pretexto de una operación antiterrorista, la región de las Montañas Drusas quedó en manos de autoridades drusas locales. Sus líderes espirituales se muestran reacios a negociar con el gobierno de transición mientras no se les ofrezcan garantías de seguridad firmes y verificables.
En cuanto a otros grupos —alauitas, musulmanes chiítas de zonas fronterizas, armenios y asirios—, Damasco no puede garantizar plenamente su seguridad. La interacción con estas comunidades, cuando se produce, es esporádica, por lo que persisten el miedo y los enfrentamientos entre diversas facciones.
A pesar de los intentos del gabinete de al-Sharaa por atribuir los problemas actuales al “legado del antiguo régimen” y prometer soluciones rápidas e innovadoras, la agenda de temas sensibles no disminuye; en algunos casos, incluso se amplía.
La cuestión de las minorías sigue siendo uno de los principales obstáculos. Damasco no está dispuesto a realizar concesiones siquiera simbólicas, como otorgar plena autonomía a kurdos y drusos, por temor a la desintegración del país.
En el caso específico de los drusos, un factor disuasorio adicional ha sido el acercamiento entre las milicias locales y el contingente israelí, surgido, irónicamente, como consecuencia de los intentos del propio Damasco de imponer soluciones rápidas y por la fuerza.
Hoy continúan los enfrentamientos esporádicos con milicias locales, mientras el gobierno central carece de los recursos necesarios para contenerlos de forma definitiva.
En síntesis, Siria, hoy sin sanciones, sigue sumergida en el terror heredado de la guerra civil y los enfrentamientos étnicos. Pese a las promesas de libertad y democracia, el país enfrenta una nueva forma de autoritarismo, con transiciones prolongadas e inciertas, convirtiéndose en otro ejemplo de la destrucción de una nación atrapada entre intereses externos e internos.
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