¿Puede la República Dominicana decirle “no” a los Estados Unidos?
Opinión Nelson Reyes Estrella
La política internacional nunca se desarrolla en el vacío. Cada movimiento de los Estados, grandes o pequeños, responde a condiciones históricas, presiones externas e intereses estratégicos. Ante la pregunta de si la República Dominicana puede decirle “no” a los Estados Unidos, la respuesta no es simple; exige comprender el momento geopolítico que atraviesa la región. En los siguientes párrafos se analizan los factores que explican la reciente postura del gobierno dominicano.
El socio incómodo: La Colombia de Petro no sigue el libreto de Washington
Durante décadas, Colombia funcionó como el principal centro estratégico de Estados Unidos en América Latina. Desde allí se articularon operaciones de inteligencia, cooperación militar y estrategias regionales enmarcadas en la lucha contra el narcotráfico, la insurgencia y la estabilidad hemisférica. Incluso se llegó a discutir su eventual acercamiento a la OTAN. Aunque Colombia no puede ser miembro pleno de la Alianza por razones geográficas, sí fue integrada como socio global, condición que mantiene actualmente.
Sin embargo, la llegada de Gustavo Petro a la presidencia en Colombia y, simultáneamente, el retorno de Donald Trump al poder en Estados Unidos, alteraron profundamente ese engranaje. Las divergencias ideológicas, las tensiones en materia de seguridad y el cambio de prioridades estratégicas enfriaron la relación bilateral, sobre todo en este último año. Como consecuencia, Washington ha comenzado a mirar a la República Dominicana como un nuevo punto de anclaje y plataforma operativa en el Caribe en su guerra contra el narcotráfico.
La autorización para que fuerzas estadounidenses utilicen el Aeropuerto militar de San Isidro y Comercial de las Américas es una señal visible de este desplazamiento estratégico.
Trump, el Premio Nobel y la ecuación Venezuela
Donald Trump es, por naturaleza política, impredecible y controversial ha hecho de la actividad política de Estados Unidos y el mundo un espectáculo. Pero hay un elemento que sí parece consistente: su ambición por el Premio Nobel de la Paz. Ha reclamado públicamente merecerlo y criticó abiertamente al Comité del Nobel cuando galardonó a María Corina Machado en lugar de a él. Este interés personal tiene un efecto geopolítico claro: una intervención militar en Venezuela podría alejar su aspiración al Nobel.
Por eso es razonable inferir que, aunque Trump recibe presiones de sectores que desean un cambio radical en Venezuela, su búsqueda de un legado “pacifista” puede estar moderando sus acciones. Especialmente, si logra un acuerdo que reduzca la violencia en Gaza, es decir, una salida negociada al conflicto Israel–Palestina y un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia.
Cualquiera de estos logros lo colocaría como un candidato visible al Nobel. Pero una guerra en Venezuela, un país con respaldo y profundo intereses arraigados de Rusia, China e Irán, destruiría por completo esa posibilidad, porque una guerra en Venezuela puede tener consecuencias imprevisibles, dada la división interna de la población de este país y las grandes inversiones económicas de los Estados mencionados.
Además, es importante reconocer que, hasta la fecha, Trump no ha iniciado ninguna guerra, algo que él utiliza como narrativa política para presentarse como “el presidente de la paz”, en contraste con administraciones anteriores.
¿Dónde queda la República Dominicana en esta dinámica?
La República Dominicana ocupa una posición geográfica estratégica, pero también altamente vulnerable. Su economía, su comercio, su seguridad fronteriza, su matriz energética y su diplomacia están profundamente interconectadas con los Estados Unidos.
Las cifras oficiales lo demuestran:
- Más de 2.4 millones de dominicanos residen en EE. UU.
- En 2024 enviaron más del 85% de las remesas totales, que superaron los 9 mil millones de dólares.
- El país recibió más de 2.9 millones de turistas estadounidenses en ese mismo año.
- El intercambio comercial supera los 19 mil millones de dólares (12 mil millones en importaciones y 7 mil millones en exportaciones), equivalente al 80 % del total del comercio exterior dominicano.
- La inversión extranjera directa estadounidense representó 26.3 % del total, con más de 1,161 millones de dólares en 2024, de un total de 4,523 millones.
Por lo anterior, hay que decir que teóricamente la República Dominicana posee soberanía para decir “no”, pero las consecuencias podrían ser altas: presiones económicas, reducción de cooperación militar, efectos en comercio y visados, aislamiento diplomático o narrativas negativas que afecten la confianza internacional. Por eso, un “no” absoluto es difícil de sostener.
Lo que sí puede ejercer el país caribeño es un “no condicionado”: negociar, condicionar, equilibrar intereses y buscar respaldo regional o multilateral para evitar quedar aislada. Esto exige una política exterior profesional y a largo plazo, estable y guiada por el interés nacional.
Evidentemente que, entre la utopía de la soberanía y la realidad del poder, la República Dominicana puede decir “no”, pero debe estar preparada para administrar las consecuencias.
Un momento decisivo para la política exterior dominicana
En el contexto actual, Estados Unidos está reorganizando su estrategia regional por la crisis con Colombia, el ascenso de China y Rusia en América Latina, y la situación venezolana. Trump, parece movido por su ambición del Nobel y por construir un legado distinto, parece indeciso por ahora a una intervención directa en Venezuela. Pero esto también implica que necesita aliados seguros, estables y obedientes en el Caribe.
La República Dominicana debe definir su política exterior con visión de Estado, sin dejarse arrastrar únicamente por las presiones externas. El país debe limitar cualquier acción militar extranjera que pueda realizarse desde territorio dominicano y jamás permitir que su suelo sea utilizado para derramar sangre en naciones hermanas.
Recordemos que Venezuela acogió y vio morir al Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, un vínculo histórico que obliga a actuar con prudencia, dignidad y sentido de responsabilidad histórica regional.
