Con aprecio, Marino Beriguete

Por Pablo Vicente
Siempre leo con interés las reflexiones que periódicamente escribe Marino Beriguete, siempre muy atinadas y con gran sentido crítico. Su artículo “No milito en ningún partido político” me invita a pensar y reflexionar sobre el lugar que ocupamos los ciudadanos en la vida democrática del país. Y debo confesar que en buena medida comprendo —e incluso comparto— las razones que lo llevan a mantenerse distante de los partidos: en tiempos donde la política parece más un terreno de intereses que de ideales, esa decisión puede ser una forma legítima de preservar la coherencia personal y la independencia del pensamiento.
Es cierto: los partidos han perdido en gran medida su capacidad de inspirar y de convocar desde el ejemplo. Muchos sienten que la militancia ya no es un espacio de formación cívica, sino un campo de disputa por cuotas de poder. Desde esa perspectiva, apartarse puede parecer un acto de lucidez y de prudencia.
Sin embargo, no puedo evitar reflexionar sobre el riesgo de que esa legítima distancia se transforme en resignación. Porque si los que pensamos con ética y vocación pública renunciamos a los espacios de incidencia, otros —menos escrupulosos— ocuparán el vacío. La indiferencia, aunque selectiva, también produce consecuencias.
El desafío no está en dejar de militar, sino en redefinir la militancia: no como adhesión ciega, sino como compromiso crítico con los valores democráticos, con la rendición de cuentas y con el fortalecimiento institucional. La política necesita menos seguidores y más ciudadanos que participen, cuestionen y propongan.
Que la distancia no nos convierta en espectadores. Que la reflexión se traduzca en acción, aunque sea pequeña. Que el desencanto no opaque la convicción de que siempre se puede contribuir a mejorar la democracia. Y sobre todo, que sigamos encontrando en las ideas de quienes, como Marino Beriguete, nos invitan a pensar con claridad y valentía, una guía para no abandonar la esperanza.




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