El juego de las culpas ya no convence

La política que culpa pierde credibilidad; la que asume, recupera confianza.
Por Nidia Paulino Valdez / Consultora Politica / Expresidenta Alacop
Hay un viejo guion que parece no agotarse nunca en la política latinoamericana: el oficialismo culpa a los que estuvieron antes, y la oposición culpa a los que están ahora. Cada error, cada crisis, cada conflicto se convierte en una oportunidad para reescribir la historia desde la acusación. Pero la realidad es que ese libreto, que durante años mantuvo viva la polarización y la lealtad partidaria, ya no convence a una ciudadanía que exige menos excusas y más resultados.
La sociedad cambió más rápido que la retórica. Hoy, los ciudadanos —sobre todo los jóvenes y los urbanos— no se movilizan por consignas ni por rivalidades de partido, sino por causas concretas: empleo, seguridad, medioambiente, bienestar. En ese contexto, el discurso de “la culpa es del otro” se siente viejo, cansado, incluso cínico.
La gente no quiere ver quién se defiende mejor, sino quién soluciona más rápido.
El problema de fondo es que la política sigue atrapada en un modelo de comunicación diseñado para otro tiempo: aquel en que bastaba señalar un enemigo para cohesionar a los propios. En la era de la información constante y la desconfianza generalizada, ese truco perdió efecto. Hoy, culpar al pasado o a los adversarios no genera adhesión, sino rechazo. El ciudadano promedio ya no cree en la inocencia de nadie; ser politico en estos tiempos, viene con el titulo de deshonesto, mentiroso, y en ultima instancia traidor, por eso se les exige responsabilidad, no impunidad.
La narrativa de la culpa eterna, además, tiene un costo político alto. Cuando todo lo que sale mal es culpa del otro, nadie asume la responsabilidad presente. Y cuando nadie asume, la política pierde autoridad moral. El resultado es un círculo vicioso de descrédito: los gobiernos se justifican, las oposiciones se victimizan y la ciudadanía, entre tanto, se aleja y desconfía de todos.
No se trata de negar la herencia de los errores ni de ocultar los obstáculos reales. Explicar es legítimo. Pero justificarlo todo por lo heredado es renunciar a gobernar el presente. Los liderazgos más inteligentes lo entienden: no basta con señalar el daño, hay que mostrar la reparación. Y esa reparación solo empieza cuando alguien dice: “Sí, esto nos toca resolverlo ahora”.
Las experiencias recientes en la región muestran que los discursos que logran conectar son los que reconocen errores, muestran aprendizaje y proponen soluciones concretas. La empatía política no se construye desde la soberbia ni desde el ataque, sino desde la capacidad de escuchar y enmendar.
Hoy gana quien puede decir: “No prometo que todo será fácil, pero estoy aquí para hacerme cargo”.
La gente está cansada de la política que divide entre buenos y malos, entre antes y ahora. Pide una nueva narrativa: la de “nosotros contra el problema”, no “nosotros contra ellos”. Una política que asuma, que dialogue, que rinda cuentas.
Porque el futuro no lo construirán los que mejor acusan, sino los que se atreven a responder con hechos.
El juego de las culpas podrá seguir dando titulares, pero ya no da votos.
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