Los grandes ecocidios de la historia: una deuda pendiente del Derecho Internacional

Mi Aldea Global / Nelson Reyes Estrella/ Doctor en Economía. Politólogo, periodista, abogado, ecologista y especialista en Derecho y Relaciones Internacionales.
En pleno siglo XXI, mientras admiramos con asombro los avances tecnológicos, científicos e industriales que definen nuestra era, no podemos seguir ignorando el otro lado del progreso: la destrucción sistemática de los ecosistemas, el colapso de la biodiversidad y el deterioro climático global. La historia reciente está marcada por crímenes ambientales de una magnitud tan devastadora que deberían ser tratados con el mismo rigor jurídico que los crímenes de guerra o de lesa humanidad. Sin embargo, aún no existe en el Derecho Internacional una tipificación firme del ecocidio como delito, lo que deja impunes a quienes destruyen impunemente la vida en la Tierra.
En pleno siglo XXI, mientras admiramos con asombro los avances tecnológicos, científicos e industriales que definen nuestra era, no podemos seguir ignorando el otro lado del progreso: la destrucción sistemática de los ecosistemas, el colapso de la biodiversidad y el deterioro climático global. La historia reciente está marcada por crímenes ambientales de una magnitud tan devastadora que deberían ser tratados con el mismo rigor jurídico que los crímenes de guerra o de lesa humanidad. Sin embargo, aún no existe en el Derecho Internacional una tipificación firme del ecocidio como delito, lo que deja impunes a quienes destruyen impunemente la vida en la Tierra.
La huellas ecocida del hombre.
Un ejemplo paradigmático de esta tragedia es la desecación del mar de Aral, en Asia Central. Desde niño y aunque nunca he ido tengo la imagen en mi cabeza, porque veía en los libros lo impresionante de este ecosistema, tan extenso que, siendo un Lago, se le denominaba Mar. Sin embargo, durante la era soviética, los ríos que alimentaban este inmenso ecosistema fueron desviados para proyectos de irrigación agrícola. Lo que una vez fue uno de los cuatro lagos más grandes del mundo se redujo a menos del 10 % de su tamaño original. No fue un accidente: fue el resultado de una política económica ciega al equilibrio ecológico. Y lo peor es que no fue un caso aislado.
Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, conocidas por su devastación humana, también dejaron una herida profunda en los ecosistemas. La radiación, la destrucción de suelos y la alteración de la cadena alimentaria regional son parte de una tragedia ecológica aún poco reconocida.
En ese mismo sentido, el desastre de Chernóbil en 1986 y el derrame petrolero de BP en el Golfo de México en 2010 son dos caras de una misma moneda: la negligencia tecnológica combinada con la arrogancia corporativa. Uno liberó una nube radiactiva sobre Europa; el otro vertió millones de barriles de crudo en el mar, destruyendo vidas marinas, economías costeras y ecosistemas completos. No se trata solo de eventos pasados.
Otro crimen Ecocida fue, la tragedia de Bhopal en la India, con más de 20,000 muertos por una fuga tóxica, y el ecocidio prolongado del delta del Níger, donde empresas petroleras han contaminado indiscriminadamente una de las regiones más biodiversas del planeta, son ejemplos de cómo la falta de regulación y la impunidad empresarial siguen siendo norma en muchas regiones del mundo.
La perspectiva presente y futuro.
A lo anterior se suman amenazas globales en desarrollo: la deforestación descontrolada de la Amazonía, la emisión de gases de efecto invernadero, la minería a cielo abierto en América Latina y la silenciosa invasión del plástico en los océanos. Todos estos procesos no solo destruyen la naturaleza; también afectan directamente la salud, la seguridad y el futuro de la humanidad.
Frente a estos hechos, la pregunta es ineludible: ¿cómo es posible que todavía no exista un marco legal internacional sólido que sancione con firmeza estos actos como crímenes contra la humanidad y el planeta?
La respuesta está en la falta de voluntad política y en la estructura de poder global que sigue privilegiando el lucro inmediato por encima de la vida. Pero también está en nuestra pasividad como ciudadanos. Es hora de exigir que el ecocidio sea reconocido como delito internacional. La vida de las futuras generaciones, y la nuestra misma, depende de ello.
No podemos seguir llamando “desastres” a lo que son, en realidad, decisiones humanas basadas en la codicia, avaricia y el desinterés por el bien común. Reconocer la magnitud de estos crímenes, nombrarlos como lo que son y perseguir a sus responsables es el primer paso hacia la justicia ambiental que el planeta nos exige.
El Derecho Internacional y la Corte Penal Internacional (CPI) deben asumir con firmeza la responsabilidad de establecer jurisdicción sobre los crímenes ambientales graves, como el ecocidio. Estos actos, que provocan daños irreversibles a los ecosistemas y ponen en riesgo la vida en el planeta, constituyen una amenaza directa a las civilizaciones humanas presentes y futuras.
La falta de un marco legal contundente a nivel global ha permitido que empresas, gobiernos y actores poderosos sigan explotando la naturaleza con total impunidad, destruyendo hábitats, contaminando ríos, talando bosques y provocando crisis climáticas que afectan de forma desproporcionada a las poblaciones más vulnerables, en nombre del progrese, muchas los países industrializados enfilan sus cañones a través de sus multinacionales asesinos hacia los países en desarrollo, donde a través de contrato amañados y con legislaciones débiles sobreexplotan impunemente los recursos naturales.
Desde la República Dominicana, a través de la Fundación Ecológica Tropical y del Proyecto de Ley Sobre el Ecocidio y los delitos ambientales Graves sometida por la legisladora Llaniris Espinal, alzamos la voz enérgicamente para exigir que el ecocidio sea reconocido y tipificado como un crimen internacional.
No se trata solo de proteger el medio ambiente, sino de defender el derecho a la vida, la salud, la seguridad alimentaria y la soberanía de los pueblos. Nos unimos a los movimientos globales que claman por justicia ambiental, convencidos de que un mundo verdaderamente justo no puede construirse sin respeto por la naturaleza. La lucha contra el ecocidio es también una lucha por la dignidad humana y por la supervivencia de las generaciones venideras.
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