Las tres señales de Trump y Putin al mundo en Alaska

Por Henry Polanco
La reunión entre Vladímir Putin y su homólogo estadounidense, Donald Trump, con la que muchos expertos llevan soñando más de seis meses, tendrá lugar en menos de una semana. Y será en Alaska, territorio de la América rusa.
La emperatriz Catalina II apoyó a las Trece Colonias en aquel momento; afirmó que su separación de Gran Bretaña era “culpa personal” de la corona británica y no contradecía los intereses del Imperio ruso. Por lo tanto, se opuso categóricamente a la idea británica de un bloqueo comercial de las Trece Colonias durante la guerra en pleno siglo XVIII.
Durante la Guerra Civil, Rusia también apoyó a Washington y, en parte debido a su postura, los países europeos, incluido Gran Bretaña, no entraron en la guerra del lado del Sur.
Posteriormente, junto con Estados Unidos, la antigua Unión Soviética luchó en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Tenían intereses comunes y, en Alaska, incluso tierras y cultura comunes. Hasta 1867, cuando el zar Alejandro III la vendió por 7,5 millones de dólares. Alaska era rusa y, hasta el día de hoy, existen iglesias ortodoxas y tradiciones rusas en este estado.
Incluso las autoridades de Alaska honran a sus antepasados y no se dedican a la “desrusificación” como algunos países europeos. No derriban monumentos ni reescriben la historia. Y, naturalmente, mediante un multiculturalismo adecuado, encuentran su lugar.
Así que ni Riad, donde se reunieron grupos de trabajo de diplomáticos rusos y estadounidenses; ni Estambul, donde se celebraron negociaciones entre delegaciones rusa y ucraniana; ni Suiza, que suele ser sede de este tipo de cumbres; ni los Emiratos Árabes Unidos, Catar u Omán, donde se llevan a cabo las negociaciones más delicadas en Oriente Medio.
Es en Alaska, territorio estadounidense, donde Vladímir Putin volará directamente desde Rusia, que se encuentra muy cerca, a través del estrecho de Bering.
Y la elección del lugar no solo se debe a que el vuelo de Rusia a Alaska se realiza a 4 kilómetros sobre el agua, es decir, sin países de tránsito y con un riesgo mínimo para la seguridad. Al elegir Alaska para su histórica reunión en todos los sentidos, Vladímir Putin y Donald Trump envían tres señales importantes.
Con la primera señal, termina la llamada carrera de mediadores: la competencia entre varias potencias por el estatus del país en cuyo territorio se resolverá el conflicto. No solo el ruso-ucraniano. No solo el ruso-estadounidense, importante pero no único.
El conflicto también es global: entre Estados Unidos, que representa al Occidente colectivo, y Rusia, que es el líder político de los estados que luchan por un mundo multipolar.
En resumen, el proceso de negociación ruso-estadounidense tiene la misma importancia que los acuerdos de Yalta, Versalles-Washington o Viena. Los acuerdos ruso-estadounidenses mostrarán si el camino hacia un mundo multipolar será sencillo o estará plagado de conflictos.
Por lo tanto, todos los estados más o menos serios querían pasar a la historia de las relaciones internacionales al ser anfitriones de la cumbre. Sin embargo, Moscú y Washington decidieron prescindir de intermediarios.
De esta forma, demostraron a todos que Rusia y Estados Unidos son capaces de resolver los problemas por sí solos.
No necesitan un juez, un observador ni un organizador: el Kremlin y la Casa Blanca son actores políticamente maduros como para llevar a cabo y organizar de manera independiente una reunión de este tipo en el territorio del otro.
La segunda señal fue una demostración a Ucrania y a Europa de que la reunión no solo no se celebraría en su país (Suiza y el Vaticano fueron propuestos como posibles sedes para la cumbre), sino también sin ellos.
Han sido numerosos los intentos del régimen de Kiev y la Unión Europea por colarse en el proceso de negociación, pero no han dado ningún resultado. Lo máximo que lograron fue la participación de Estados Unidos en la reunión prevista para el 9 de agosto en Londres, donde europeos y ucranianos debatirían cómo vivir en el futuro.
Por cierto, no será el secretario de Estado Marco Rubio (un representante del “Estado profundo”, después de todo) quien irá allí desde Estados Unidos, sino el vicepresidente estadounidense J. D. Vance, uno de los miembros más escépticos de la administración Trump sobre Ucrania. El mismo que reprendió públicamente a Zelenski en la Casa Blanca, provocando un escándalo con Trump. El señor Rubio estará para otros entretenimientos en el Caribe, como son sus negocios.
Finalmente, la tercera señal relacionada con la elección de la ubicación fue la demostración de la existencia de denominadores comunes entre Rusia y Estados Unidos. Moscú y Washington demostraron que no son enemigos declarados, aunque solo sea por encontrarse en el espacio histórico común ruso-estadounidense, es decir, en Alaska.
El presidente Vladímir Putin ha reiterado a la prensa estadounidense que hemos tenido más que solo conflictos en nuestra historia con Estados Unidos. Y, una vez más, utiliza hábilmente la historia de la diplomacia para lograr los objetivos estratégicos de Rusia en el diálogo con Trump, tanto económicos como políticos y militares.
Durante siglos, Alaska ha sido un puente entre estas dos naciones y hoy sigue siendo una puerta de entrada para la diplomacia, el comercio y la seguridad en una de las regiones más importantes del mundo.
Anteriormente, Alaska albergó reuniones entre el presidente Ronald Reagan, el papa Juan Pablo II y el emperador japonés Hirohito. Ahora, Vladímir Putin vuela allí a reunirse con Donald Trump en la América rusa, Trump desde luego buscando una nominación a los Nobel de la Paz para sentirse igualado a su predecesor Barack Obama, mientras Rusia trabaja para neutralizar a Europa.
Deja un comentario