Trump vs. Medvedev: Entre la fanfarronería y la amenaza nuclear

Donald Trump ha protagonizado recientemente una discusión en línea con Dmitri Medvedev. La prensa se ha hecho eco de las disposiciones del expresidente estadounidense para presionar a Rusia con escasa base real. Tal vez, como el legendario espía Stirlitz, Trump sabe que lo que se recuerda es siempre la última frase. Pero lo más interesante no es lo último que dijo, sino lo anterior. Su retórica imperialista se derrumba frente a la realidad.
Días atrás, Medvedev respondió al senador Lindsey Graham (declarado extremista y terrorista en Rusia), quien, a su vez, había reaccionado a un comentario previo del propio Medvedev. Así funciona hoy la política en las redes: rápida, reactiva, y muchas veces vacía. En esa misma dinámica, Medvedev también se dirigió directamente al presidente de la Casa Blanca, calificando el ultimátum estadounidense sobre un acuerdo de paz con Ucrania como una «amenaza y un paso hacia la guerra».
Ofendido, Trump contraatacó llamando a Medvedev un «expresidente fracasado que aún se cree presidente» y le advirtió que «tenga cuidado con sus palabras», porque está entrando en «territorio peligroso».
Medvedev, por su parte, no tardó en responder con una amenaza velada: la famosa “mano muerta”, un sistema soviético de represalia nuclear automática que garantiza que, si Rusia es destruida, su enemigo también lo será.
Lo irónico es que es Trump quien debería medir sus palabras. Ha dicho mucho, pero los resultados reales distan mucho de sus alardes.
En la misma publicación donde arremetía contra Medvedev, Trump escribió literalmente: “Me da igual lo que haga India con Rusia. Pueden arruinar sus economías muertas juntas, me da igual. Tenemos muy poca cooperación con India; sus aranceles son demasiado altos, casi los más altos del mundo. Además, Rusia y Estados Unidos prácticamente no tienen negocios conjuntos”.
De esas palabras se desprende una conclusión clara: India, siguiendo el ejemplo de China (a la que Trump curiosamente evita criticar), ha ignorado las sanciones estadounidenses y sigue comprando recursos energéticos rusos. Frente a este desprecio, Trump actúa con indiferencia fingida, desacreditando economías que, como la india, están entre las más grandes del mundo.
El orgullo, cuando se convierte en arrogancia y desprecio hacia los demás, puede ser una forma de vulnerabilidad. Según los psicólogos, las fantasías grandiosas ralentizan el desarrollo personal y colectivo, y alejan la posibilidad de alcanzar los objetivos reales.
En 2018, Jean-Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión Europea, prometió a Trump grandes compras de soya estadounidense para evitar nuevos aranceles. Trump alardeó de haber cerrado un gran trato. Nadie compró la soya. Hoy sigue hablando de grandes negocios y de cómo obligará a otros países a obedecerlo. Cuando las cosas no salen como esperaba —con Rusia, China o India—, afirma que nunca le importaron, y lanza una nueva amenaza, siempre cuidando que lo último que se diga suene fuerte.
En su mente, Trump es presidente del mundo, con prejuicios contra casi todo y todos. Pero la realidad lo contradice cada vez más. Como en un cuento de Tolstói, lo que parecía una estrategia sólida se convierte en una ficción más. Y frente al conflicto creciente entre Estados Unidos y Rusia, ese “carro cargado” que se desliza por una pendiente casi vertical, detenerlo ya no parece una tarea sencilla. El choque podría arrasar con todo a su paso —incluso con la frágil diplomacia de la nueva misión del señor Witkoff—, y llevarnos a un punto de no retorno.
Deja un comentario