Una mirada política y económica a las relaciones de República Dominicana y Haití.

Opinión / Desde mi aldea global / Nelson Reyes Estrella / Politólogo, periodista, abogado y doctor en economía.
La República Dominicana y Haití comparten no solo una isla, sino una historia marcada por tensiones, cooperación, desconfianza e interdependencia. Esta investigación se centra en el período 2013-2014, durante el cual se profundizaron las crisis políticas y económicas entre ambos países, a raíz de la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional dominicano y las reacciones nacionales e internacionales que desató la decisión del tribunal.
Este artículo examina los resultados de la tesis de grado titulada «Crisis política y económica domínico-haitiana: Balance histórico y responsabilidad internacional 2013-2014», realizada para optar por el título de licenciatura en Ciencias Políticas. En dicha tesis se aborda, desde una perspectiva crítica y multidimensional, los factores que provocaron la intensificación de la crisis, destacando el marcado desequilibrio económico entre ambos países y el papel ambiguo de la comunidad internacional. A través del uso de datos empíricos, fuentes históricas y análisis doctrinal, se concluye que las relaciones bilaterales no pueden ser comprendidas ni abordadas desde un enfoque unilateral, sino que deben tratarse bajo el principio de corresponsabilidad regional y global.
Una historia de desconfianza con bases estructurales
La frontera ha sido históricamente una zona de tensiones, prejuicios, comercio informal y crisis institucionales. Aunque ambas naciones comparten el mismo territorio insular, sus trayectorias históricas y niveles de desarrollo económico difieren profundamente. La crisis desatada entre 2013 y 2014 reveló mucho más que un simple desacuerdo diplomático: expuso vacíos estructurales en el ámbito nacional e internacional.
El análisis histórico evidencia que las diferencias entre ambos países no son únicamente culturales y lingüísticas, sino profundamente estructurales y política. Mientras la República Dominicana avanzó hacia un modelo republicano con apertura al comercio regional e internacional, Haití sin una visión clara, se dividió entre la monarquía, la república, un sistema semi-presidencial y un deterioro institucional crónico que le ha impedido consolidar un Estado funcional.
El nacionalismo dominicano emergió como una reacción frente al temor a una “absorción silenciosa”, alimentado por flujos migratorios descontrolados y débiles estructuras estatales en Haití y en la memoria histórica, la invasión haitiana la parte Este de la Isla (1822-1844) de quien se independizó, una de las pocas naciones que se independizó de una colonia y no de una metrópoli.
La Sentencia 168-13 y el resurgir de una crisis internacional
La Sentencia 168-13 emitida el 23 de septiembre de 2013, la sentencia reinterpretó el concepto de nacionalidad en función de la residencia legal de los progenitores de personas nacidas en territorio dominicano. Esto generó un debate intenso entre los defensores de la soberanía nacional y los organismos internacionales, que la catalogaron como una violación de los derechos humanos y del principio de no apatridia.
La decisión del TC representó un punto de inflexión. Aunque jurídicamente sustentada en el principio de soberanía para definir la nacionalidad, provocó un rechazo generalizado a nivel internacional y tensó las relaciones bilaterales. Organismos como la CIDH y ONGs internacionales reaccionaron de forma crítica, en muchos casos ignorando el contexto histórico y jurídico dominicano y adoptando una visión reduccionista del tema de la apatridia.
La presión internacional llevó a la promulgación de la Ley 169-14, que estableció un plan de regularización de extranjeros, con el objetivo de mitigar la crisis institucional y mediática desatada. Desde entonces la crisis se ha acrecentado y ha aumentado los sentimientos nacionalista.
Relaciones económicas asimétricas, pero vitales
Desde una perspectiva económica, el estudio muestra que Haití es el único socio comercial con el cual República Dominicana mantiene una balanza comercial consistentemente favorable. En 2013, las exportaciones dominicanas hacia Haití superaban los mil millones de dólares, mientras que las importaciones eran mínimas. Sin embargo, esta relación está sostenida por el comercio informal, contrabando y escasa institucionalidad fronteriza.
Un hallazgo preocupante es la vulnerabilidad del modelo económico-comercial, el cual depende del caos controlado en los mercados fronterizos. Esta situación impide el establecimiento de acuerdos sostenibles o tratados de libre comercio duraderos y la generación de empleos formales en Haití, fundamental para alcanzar estabilidad y construir un Estado real.
Durante el período 2010-2014, el intercambio comercial creció de forma exponencial: pasó de 872 millones de dólares en 2010 a más de 1,069 millones en 2013. Este comercio favorece abrumadoramente a la República Dominicana, que exporta productos industriales, alimenticios y de consumo, mientras que importa volúmenes mínimos. Las importaciones dominicanas desde Haití representaron solo 68 millones de dólares.
Aunque la investigación fue realizada en 2014, la situación no ha cambiado en lo absoluto, al contrario la desigualdad ha empeorado. Para el año 2024, las cifras indican que, del intercambio comercial con Haití, el 98.5 % corresponde a exportaciones desde la República Dominicana, mientras que solo el 1.5 % proviene de importaciones desde Haití.
Este patrón económico revela una relación de dependencia unilateral: Haití compra lo que no puede producir y el mercado más estratégico es su vecino en la parte Este, mientras República Dominicana utiliza su frontera como válvula de expansión tanto de su economía formal como informal.
Papel ambiguo de la comunidad internacional
El trabajo incorpora teorías del comercio internacional (Smith, Ricardo, Marx) y de la migración (teoría neoclásica, redes migratorias, acumulación causal), concluyendo que las relaciones domínico-haitianas operan bajo una lógica de desigualdad estructural. Esta solo puede corregirse mediante políticas coordinadas y respaldadas por la comunidad internacional.
Uno de los hallazgos más relevantes fue la identificación de una responsabilidad internacional ambigua. La comunidad internacional ha abandonado a Haití, pero al mismo tiempo exige a República Dominicana que asuma una carga que no le corresponde de manera exclusiva y que no podría asumir, porque seria sumergir a ambos países en la extrema pobreza.
Organismos multilaterales han exigido a República Dominicana asumir responsabilidades sociales que deberían recaer en el Estado haitiano, sin demostrar un compromiso efectivo con la inversión en infraestructura, gobernanza o desarrollo económico en Haití.
La tesis sostiene que cualquier solución sostenible debe ser impulsada por una coalición internacional liderada por actores regionales e institucionales, que trascienda la retórica de los derechos humanos y se enfoque en acciones concretas de apoyo estructural. Dichas acciones deben evitar convertir a Haití en un parásito dependiente de la ayuda internacional administrada por ONG, y orientarse, en cambio, a fortalecer un sistema institucional propio y robusto, hasta convertir el pueblo en los arquitectos de su propio destino.
Vulnerabilidad ambiental en una frontera que pide soluciones colectivas
Un aspecto poco tratado en el debate público es el impacto ambiental derivado de esta relación desigual. La economía haitiana, carente de infraestructura energética, depende en gran medida del carbón vegetal producido ilegalmente en la zona fronteriza dominicana. Esto ha conducido a una explotación indiscriminada de los recursos forestales dominicanos, poniendo en riesgo su cobertura boscosa.
Mientras Haití conserva apenas un 2 % de sus bosques, la República Dominicana mantiene entre un 30 % y un 40 %, porcentaje que se encuentra en riesgo constante si no se regula el uso de los recursos naturales en la frontera.
La crisis no es solo una cuestión de leyes migratorias o comercio informal; es un conflicto multidimensional que refleja siglos de desequilibrios históricos, desinterés internacional y carencias institucionales. República Dominicana debe ejercer su soberanía, pero con visión estratégica, humanista y regional, como país pobre no puede asumir la carga que representa la pobreza haitiana. Haití, por su parte, necesita reconstruirse con apoyo global, cambio político estructural. Y el mundo, especialmente América y Europa, debe asumir que el problema haitiano no es responsabilidad exclusiva de su vecino más cercano y que no existe una solución dominicana a la crisis haitiana.
Por lo anterior, se sugiere impulsar un tratado comercial equilibrado e integral, que incentive la producción en Haití y reduzca la dependencia comercial. También, se sugiere reforzar la seguridad fronteriza y crear programas de desarrollo humano basado en la sostenibilidad ambiental y económica.
Además, aumentar la inversión extranjera en Haití, tomando el modelo dominicano como referente para la creación de polos industriales. Revisar los mecanismos de cooperación internacional, exigiendo corresponsabilidad y equidad en la distribución de las cargas migratorias y desarrollar un sistema de planificación poblacional y territorial en Haití, orientado al desarrollo sostenible.
La crisis haitiana no es un episodio aislado ni reciente. Es el resultado de una acumulación histórica de negligencias, intereses geopolíticos, debilidades estatales y presiones internacionales. Solo un enfoque integral, económico, político, cultural y medioambiental, podrá romper con la espiral de conflicto. En ese proceso, tanto Haití como República Dominicana, pero sobre todo la comunidad internacional, deben asumir su parte en el mayor desafío político-humanitario de todo el hemisferio occidental que es sacar a Haití de la extrema pobreza y del conflicto permanente.
En todo caso, si la República Dominicana aspira a convertirse en un país verdaderamente desarrollado, necesita que su vecino avance hacia una estabilidad política y económica sostenible y duradera. De lo contrario, el futuro compartido será incierto, marcado por turbulencias constantes, crisis recurrentes y una migración descontrolada que continuará representando una pesada carga para el Estado dominicano, aunque siga siendo funcional y provechosa para ciertos sectores del sector privado.
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