La Hiperbolización de la Comunicación Gubernamental en el Gobierno de Luis Abinader.

Entre el Espectáculo y la Gestión
Desde agosto de 2020, la administración del Partido Revolucionario Moderno (PRM), liderada por el presidente Luis Abinader, ha sostenido una estrategia de comunicación intensa, marcada por superlativos, cifras deslumbrantes y promesas reiteradas de transformación sin precedentes. Este enfoque ha consolidado una narrativa de éxito que, en muchos casos, contrasta de forma notoria con la percepción cotidiana de la ciudadanía. ¿Estamos frente a una nueva forma de gobernar o ante una sofisticada operación de propaganda?
Hipérbole como política de Estado
La hiperbolización del mensaje gubernamental no es nueva en la política, pero bajo la gestión actual ha tomado una dimensión sin precedentes. Promesas amplificadas, construcción mediática del liderazgo presidencial y acciones ordinarias revestidas de un halo épico marcan el tono del mensaje estatal. Esta estrategia, lejos de estar orientada exclusivamente a informar, como debería ser, parece diseñada para moldear la percepción pública e imponer una sensación de éxito permanente y convertir los fracasos en éxitos y las mentiras en verdades.
Un caso ilustrativo es el ámbito educativo. El presidente Abinader ha proclamado en diversos escenarios que su gobierno ha construido más de 20 mil aulas nuevas. No obstante, informes del propio Ministerio de Educación y entidades de veeduría como EDUCA sitúan la cifra en torno a las 3,090, incluyendo reparaciones o finalizaciones de proyectos heredados. La brecha entre el discurso y los datos verificables es abismal.
En el terreno económico, se enfatizan programas de subsidios y asistencia social como “respuestas sin precedentes” al alza del costo de la vida. Sin embargo, el Banco Central ha reportado una inflación acumulada de más del 20% solo en los 2020 y 2023, afectando especialmente a los sectores más vulnerables. A ello se suma una deuda pública creciente y niveles de informalidad laboral preocupantes. Mientras tanto, la narrativa oficial insiste en describir una recuperación “ejemplar”.
La gestión de la pandemia también fue presentada como modélica, llegando incluso a afirmar que el país fue “referencia mundial” en vacunación. Sin embargo, la implementación del plan sanitario enfrentó demoras, cuestionamientos por criterios de priorización, e incluso la pérdida de más de un millón de dosis vencidas, según datos del mismo Ministerio de Salud Pública.
La estrategia comunicacional oficial se apoya en una presencia intensiva en redes sociales, transmisiones en vivo, ruedas de prensa semanales y piezas audiovisuales cuidadosamente diseñadas. El Gabinete de Comunicación, junto con la Dirección de Estrategia, ha asumido un papel central, muchas veces por encima de los ministerios técnicos. Así, la percepción ha pasado a ocupar un lugar prioritario, desplazando en ocasiones a la política pública efectiva.
La reiteración de mensajes triunfalistas ante una ciudadanía que enfrenta precariedades cotidianas, como, por ejemplo, la falta de agua potable y deficiencia en los servicios, de electricidad, de salud y educación, genera desconexión, desconfianza y, eventualmente, deslegitimación. El riesgo de fatiga narrativa es real: cuando todo se presenta como histórico, nada lo es. Además, el espacio para la crítica y el disenso se reduce cuando toda objeción es desestimada como malintencionada, ignorante o desinformada.
En la Semanal
En el espacio La Semanal con la Prensa, el presidente Luis Abinader ha convertido lo que debería ser un ejercicio de transparencia en una plataforma recurrente de autoelogio y sobrestimación de logros gubernamentales. Si bien este formato fue presentado como una vía para comunicar avances y responder preguntas de la prensa, con el tiempo ha derivado en una narrativa cargada de hipérboles que desdibujan la realidad.
La semanal muchas veces viene cargada de boches por parte del presidente a quienes en pocas ocasiones buscan mostrar y hacer verdadera preguntas periodísticas.
En las rendiciones de cuentas
En sus rendiciones de cuentas y alocuciones públicas, el presidente Luis Abinader recurre frecuentemente a una retórica, donde los logros son magnificados y las cifras carecen de trazabilidad precisa. Expresiones como “hemos hecho más que todos los gobiernos anteriores juntos”, “este es el gobierno más transparente de la historia” o “la transformación nunca vista en el país” y el ya característico “¡escúchese bien!” se repiten como mantras para reforzar un relato triunfalista y convertido en clichés recurrentes que buscan reforzar una imagen de cambio trascendental. Sin embargo, al contrastar estos discursos con datos verificables, se evidencia una brecha entre el relato y la realidad, lo que debilita la credibilidad institucional y alimenta el escepticismo ciudadano.
Para alimentar todo este espectáculo, el presidente y su equipo gubernamental han utilizado de manera abusiva el presupuesto en publicidad, donde se han gastados más de 38 mil millones de pesos en los primeros 5 años y casi 50 mil millones si se incluye el pago a los medios por las clases virtuales, con esto, han convertido al presidente en un actor de cine mas que en un administrador de los fondos públicos, lo que evidencia que la gestión del PRM, encabezada por el presidente Abinader, ha estado marcada más por el espectáculo mediático que por una gestión pública eficaz.
La hiperbolización del discurso gubernamental ha permitido construir una imagen de éxito constante que sirve a los fines políticos del oficialismo y que ha dado resultado al gobierno, lo cual se demuestra en su reelección. No obstante, cuando la retórica eclipsa a la realidad, se vacía de contenido la idea misma de rendición de cuentas. Una democracia saludable exige transparencia, datos verificables y espacios de debate, no espectáculos de narrativa grandilocuente.
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