La guerra fratricida entre Israel e Irán y sus antípodas ideológicas

Por Henry Polanco
La guerra entre Israel e Irán representa la culminación de varias décadas de reconfiguración en Oriente Medio, un proceso que ha ido despojándose progresivamente del legado del siglo XX.
En el siglo pasado, las guerras mundiales destruyeron imperios y generaron una multitud de nuevos estados. La Guerra Fría impuso una división ideológica global entre dos bloques antagónicos. Su final ofreció la posibilidad de que los estados eligieran su propio rumbo, pero debilitó el marco de contención que les ofrecía estabilidad. Fue en este contexto que emergió la Revolución Islámica de Irán en 1979, sacudiendo los cimientos del orden bipolar e introduciendo un elemento religioso que disolvió la coherencia ideológica de la Guerra Fría.
La toma de la embajada estadounidense en Teherán y la prolongada retención de diplomáticos estadounidenses fue una afrenta que marcó profundamente la memoria colectiva de Estados Unidos, una herida simbólica aún no cerrada.
Israel e Irán representan antípodas ideológicas y políticas. Israel fue concebido y establecido por las potencias europeas tras el Holocausto, como una forma de compensación por el genocidio judío. Desde su fundación, Israel ha actuado como un enclave occidental en la intersección entre Oriente Medio y el norte de África. Aunque sus intereses no siempre han coincidido con los de Washington, Israel ha gozado históricamente del respaldo incondicional de Estados Unidos.
Durante la Guerra Fría, el compromiso estadounidense con la región era indiscutible. Pero tras su fin, la situación comenzó a distorsionarse. Irán, por su parte, anticipó los cambios regionales que se volverían evidentes dos décadas después: el debilitamiento del modelo occidental del Estado-nación y el auge del islam político como fundamento estatal. La República Islámica, con su estructura inusual, logró estabilizarse, desafiando los pronósticos. Sobrevivió tanto a una feroz guerra contra Irak –con el apoyo implícito de buena parte del mundo a su adversario– como a convulsiones internas, contenidas mediante una brutal represión.
Irán no se ha integrado completamente al sistema internacional, en parte por la hostilidad de Estados Unidos y su firme oposición a Israel. El antiisraelismo ha sido un componente central de su ideología. A pesar de ello, Irán es percibido como una potencia expansionista en la región, particularmente desde la creación del llamado «eje de resistencia», potenciado tras la invasión estadounidense a Irak.
Este eje convirtió a Teherán en el centro de una vasta red de influencia durante más de una década. Pero cabe preguntarse si esta proyección regional no es también el resultado de los límites impuestos a Irán para alcanzar una mayor autorrealización internacional. En este marco surge su programa nuclear, considerado –más allá de su función práctica– un símbolo de estatus global.
El enfrentamiento con Israel ha sido prolongado y, aunque la percepción mutua de amenaza existencial pueda parecer irracional, existe y condiciona las decisiones de ambos. Israel, centrado en su seguridad, ha adoptado una estrategia cada vez más expansiva. Se habla abiertamente de reorganizar Oriente Medio bajo nuevos principios. El debilitamiento del eje de resistencia, la reticencia de los estados árabes a asumir riesgos y la distracción o decadencia de actores externos como Europa, Rusia y EE. UU., han creado un escenario que Israel percibe como favorable para su iniciativa.
Ya no se habla de democratización, como en los años 2000 bajo el entusiasmo de Netanyahu. Ahora el plan consiste en neutralizar con fuerza a los enemigos irreconciliables y atraer al resto mediante relaciones comerciales beneficiosas. Sin embargo, este esquema enfrenta límites en la realidad. Si fracasa, solo quedarán medidas de fuerza para ampliar el perímetro de seguridad nacional. Pero esto conlleva un proceso interminable, que obligaría a Israel a transformarse en una estructura aún más militarizada. Y surge la pregunta: ¿es esto realmente lo que se pretendía?
Mientras tanto…
El expresidente Donald Trump ha exigido la rendición inmediata de Irán. A través de Truth Social, ha emitido mensajes que se interpretan como una “advertencia final” a Teherán. Afirmó que Estados Unidos “sabe exactamente” dónde se encuentra el líder supremo Alí Jamenei, calificándolo como un blanco fácil. Aunque dijo que EE. UU. no lo matará “al menos no ahora”, dejó claro que controla el espacio aéreo iraní. Estas afirmaciones, ambiguas y provocadoras, alimentan aún más la tensión.
Pese a sufrir dolorosos golpes, como el asesinato de altos mandos militares, Irán lleva décadas preparándose para una eventual guerra con Israel. No se trata de una nación agresiva, como Washington y Tel Aviv insisten en presentar. Durante 40 años, Israel ha alertado sobre la inminencia de una bomba nuclear iraní. Pero si Irán realmente hubiese querido desarrollar un arma atómica, ya lo habría hecho. Tal vez, incluso, habría evitado el ataque israelí del 13 de junio.
Irán ha apostado por su ejército convencional y su programa de misiles, confiando en que Israel no se atrevería a atacar, temiendo una respuesta devastadora. Por su parte, Israel se ha preparado para esta guerra con el apoyo logístico, tecnológico e informativo de Occidente. Siempre quiso ejecutar una operación contra Irán con respaldo estadounidense, pero finalmente decidió arriesgarse por su cuenta, buscando arrastrar a Estados Unidos a una guerra de gran escala.
Esa guerra relámpago soñada por Israel ya se ha convertido en una escalada sin retorno. Y es la fase que hoy presenciamos con horror e indignación. Israel no puede derrotar a Irán en solitario. Necesita la intervención directa de Estados Unidos. En los próximos días veremos si Netanyahu logra persuadir a Trump para lanzar ataques estadounidenses contra Irán.
Ojalá no lo consiga. Porque Irán no se rendirá, ni siquiera ante el poderío de EE. UU., aunque el costo en vidas y estabilidad sea inmenso. La caída del régimen islámico tampoco parece inminente. Hay complejidades internas que Occidente se niega a entender.
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