El presidente Abinader entre la diplomacia de súplica y de proyecto que nunca se realizan.

Cada vez que el presidente Luis Abinader cruza las fronteras dominicanas en misión oficial, parece cargar no solo con la banda presidencial, sino también con una lista de solicitudes que va desplegando país por país. En lugar de proyectar una imagen de liderazgo estratégico y autosuficiencia, sus giras internacionales se asemejan más a una ronda de súplica diplomática.
En el caso haitiano parece mas un vocero de Haití que el presidente de la República Dominicana.
En Brasil, pidió asistencia para organizar el tránsito urbano. En Portugal, solicitó cuatro embarcaciones para combatir el narcotráfico. En España, abordó el tema migratorio y reclamó mayor colaboración. En Estados Unidos, buscó respaldo militar y logístico. Y si llegara a China, no sorprendería que pidiera un metro prefabricado, listo para instalar.
Este patrón repetitivo plantea interrogantes legítimas y preocupantes: ¿Dónde está la planificación nacional? ¿Dónde queda la soberanía? ¿Existen planes estratégicos diseñados en casa o todo depende de lo que se consiga afuera?
La diplomacia no es, ni debe ser, una plataforma para la mendicidad. Es un espacio para la negociación entre iguales, para la cooperación basada en intereses mutuos, no en la dependencia unilateral. Sin embargo, la narrativa que se construye con cada viaje presidencial es la de un país que no puede caminar sin muletas extranjeras.
A esto se suma un historial de anuncios grandilocuentes que nunca se concretan: exportar energía a Puerto Rico mediante fibra óptica submarina, vender maíz a Guyana, ensamblar aviones en territorio dominicano… Proyectos que nacen en conferencias de prensa y mueren en el olvido, sin estudios de factibilidad, sin cronogramas, sin resultados.
Un jefe de Estado que, en cada viaje oficial, se presenta con la mano extendida no está construyendo un país soberano. Está administrando la dependencia. Y la República Dominicana no necesita un administrador de favores internacionales, sino un líder con visión, con capacidad de articular políticas públicas sólidas, con voluntad de fortalecer las instituciones y con coraje para invertir en el talento y los recursos propios.
La diplomacia es necesaria, sí. Pero debe ser una herramienta de fortalecimiento nacional, no un sustituto de la planificación interna. La República Dominicana necesita dirección, no mendicidad diplomática.
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