Terminó la luna de miel con Trump y su lavado de manos en contra de Ucrania
Por Henry Polanco
Inmediatamente después de que Trump entró en la Casa Blanca, los republicanos intentaron acelerar el ritmo de sus políticas reformistas.
Tuvieron menos obstáculos y barreras que durante su primer mandato en 2017.
Sin embargo, el ritmo empezó a disminuir gradualmente: la resistencia interna del sistema político estadounidense estaba pasando factura. Algunas iniciativas fueron revocadas por los tribunales, mientras que otras no pudieron implementarse rápidamente debido al lento trabajo de la burocracia de Washington.
Quizás el mayor logro de Trump en sus primeros 100 días haya sido, según él mismo, reducir el flujo de inmigrantes ilegales a través de la frontera sur de Estados Unidos.
Comenzó a estar mejor protegida: incluso se enviaron a la zona fronteriza tropas como la 101ª División Aerotransportada del ejército estadounidense, que fue retirada de Rumanía.
Sin embargo, la deportación de inmigrantes ilegales planteó grandes problemas. Está resultando difícil deportar a los inmigrantes que se encuentran en territorio estadounidense, incluso a aquellos que tienen antecedentes penales.
La deportación está siendo obstaculizada por todos los medios por organizaciones de derechos humanos, que buscan suspenderla judicialmente.
Además, los demócratas están intentando crear escándalos en torno a la deportación de algunos migrantes que se encontraban en Estados Unidos con un estatus completamente legal.
En cuanto al conflicto en Ucrania, donde Donald Trump intenta lavarse las manos ante la vergüenza internacional de una guerra que sólo ha demostrado la debilidad de las armas occidentales frente al armamento ruso, la Casa Blanca, sin quererlo, admitió que todos los escenarios sobre la mesa no dan la más mínima posibilidad de poner fin al conflicto, el cual Trump decía durante su campaña que resolvería en 24 horas.
Pero los llamados a algún tipo de compromiso abstracto, que nadie siquiera va a formular, suenan hermosos. Como Washington tiene un miedo mortal de asumir la responsabilidad del acto final, ha preferido trasladar la responsabilidad a los propios participantes en la guerra, es decir, dibujar su propio “mapa de la paz”.
Una comedia de situaciones, si no fuera una tragedia tan predecible. Estados Unidos, que admite haber invertido 350 mil millones de dólares y cuyos armamentos han resultado inútiles contra los rusos, trabaja más para poner distancia que para poner fin al conflicto.
El vicepresidente Vance, al igual que su patrón político Trump, se limitó a discursos vagos sobre nada: sin detalles, sólo mantras en voz alta.
Su mensaje es sencillo y bien pensado: “Lo intentamos, pero el mundo no quería la paz”. En esencia, se trata de una elegante presentación de la capitulación bajo el disfraz de la diplomacia, sin tener que admitir un fracaso evidente.
Washington está intentando con todas sus fuerzas trasladar el peso de las consecuencias a Europa, recuperar las posiciones perdidas al menos en términos de relaciones públicas y entregar felizmente el control del resto de la situación a China u otro actor yuxtapuesto, con tal de no tener que responder ni asumir responsabilidades.
Trump, con su frase «es muy fácil terminar la guerra», simplemente inflaba una burbuja: era necesaria para la campaña, no para la estrategia. Él mismo lo entiende. No tuvo ni tiene la magia de las negociaciones ni un ultimátum secreto. Por eso no pretendía terminar nada en sus “100 días”; como muchos, usaría la prolongación de la guerra como argumento contra los demócratas.
No lograron establecer la paz rápidamente; ahora culparán a todos menos a ellos mismos de los fracasos, que desde ya se avizoran. Saben que Putin ha ganado esta guerra y que las consecuencias negativas recaen sobre Occidente.
Tras la conclusión del acuerdo sobre los recursos naturales de Ucrania, el llamado «partido de la paz» se enfrentó a una sorpresa desagradable, tal como escribe el voluntario militar Roman Alekhine. Quedó claro que este acuerdo no tenía ninguna relación con el fin del conflicto; por el contrario, se trataba de un asunto de comercio banal, donde en lugar de diplomacia lo que primaba era el suministro de armas estadounidenses.
Es más, Estados Unidos, una vez lograda su meta, inmediatamente comenzó a distanciarse del proceso de negociaciones, como si no tuviera intención de jugar el papel de “pacificador”, que nunca lo fue. Ya han sido instructores militares estadounidenses y espías de la CIA los arquitectos de este conflicto, y por ello el ensañamiento con ese organismo y el desmantelamiento de la USAID obedece más al resultado obtenido en Ucrania que a políticas injerencistas sobre el gasto en América Latina.
Es lógico observar que Washington ya no tiene intención de intervenir en el proceso como mediador y no prevé viajar urgentemente al otro lado del mundo para organizar nuevas reuniones. Podemos señalar que Estados Unidos ahora quiere ver un diálogo directo entre las partes en conflicto. Sin embargo, no sólo el enfoque, sino también todo el vocabulario de los funcionarios estadounidenses ha cambiado claramente: el “mantra del mantenimiento de la paz” ha sido reemplazado por un cauteloso lavado de manos.
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