El periodismo independiente controlado por la USAID.
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Tiemblan las redes, tiembla el periodismo controlado.
Sí, así como lo leen. Con el congelamiento de fondos de la USAID destinados a mediatizar amplios sectores de los medios de comunicación, muchos de ellos, y también los periodistas que los manejan, han entrado en un verdadero pánico colectivo. Dirán, como el Chapulín Colorado: «¡Oh! ¿Y ahora quién podrá ayudarnos?»
Desde la década de los noventa, cuando se globalizó la toma de conciencia sobre el poder de los medios de comunicación en general, las grandes potencias decidieron que debían controlarlos y ponerlos a su servicio. Hay que señalar que en estos fondos no hay nada ilegal, sino una doble moral informativa.
Ya el Informe de la UNESCO, denominado Informe McBride, hacía un diagnóstico del fenómeno de la comunicación, llegando a la conclusión de que era avasallante, imparable y, de alguna manera, aportaba datos de sumo interés sobre su interacción.
Al respecto, señalaba que en nuestros países recibían un volumen de información exagerado y que en ningún momento había reciprocidad. Es decir, nos bombardeaban ya con matrices de opinión y un lenguaje estereotipado que generaba una conciencia falsa o virtual sobre las grandes potencias y sus intereses, en desmedro de los intereses e imagen de nuestras naciones.
Uno de los países que afinó su metodología para controlar los medios fue Estados Unidos, y logró, a través de la creación de organizaciones con fachada «humanitaria» y de supuesta defensa del «mundo libre», consolidar toda una estructura mundial con esos fines.
Los medios de comunicación en general, y luego el advenimiento de las redes sociales, fueron apreciados como la manera más adecuada para ejercer el dominio planetario, y con ese propósito los han tratado de controlar todos, aunque con algunos cabos sueltos.
La República Dominicana, con la caída del Muro de Berlín, no escapa a todo esto, y se habla de alrededor de 50 millones de dólares anuales dirigidos a esos fines, pero cada quien se lava las manos, al estilo de Poncio Pilato, pero se mantienen como los fariseos: nunca son culpables y son guardianes de la ley. Así, desde los años 90, hicieron una transformación informativa en el hábito pro Estados Unidos, divididos entre los antiguos lacayos y nuevos lacayos de los demócratas y republicanos.
La USAID ha sido, desde su creación en 1961, una fachada para darle un dejo de legalidad a las acciones encubiertas de la CIA, una agencia de seguridad cuyos fines son combatir los intereses anti estadounidenses fuera de la frontera norteamericana, que siempre ha estado al servicio de las grandes corporaciones.
Aquellos con algunos años y algo de memoria recordarán a un tal Dan Mitrione, un agente del FBI que fue comisionado por la USAID para entrenar especialistas en secuestro y tortura en la dictadura militar de Uruguay como parte del infame y brutal Plan Cóndor.
Mitrione fue secuestrado, juzgado y ejecutado por el grupo subversivo Tupamaros el 10 de agosto de 1970. Costa Gavras, el gran director franco-griego, narra el episodio en su excelente película «Estado de sitio», y cómo este individuo fue catalogado de héroe.
Por esos años, la organización manejaba, entre muchos otros, el infame «Proyecto Phoenix», que se encargaba de los asesinatos selectivos, y todo bajo el manto de ayuda humanitaria, y promovido por esa prensa mediática y «cheerleaders».
Pero esta organización no está sola en sus actividades de desestabilización, propaganda y expansión del mal llamado «poder blando» del imperio gringo.
En 1980, el Congreso gringo crea una organización gemela llamada NED (National Endowment for Democracy – Fundación Nacional para la Democracia), otra para cargar con la parte republicana, ya que la USAID estaba cargada a los intereses demócratas.
La NED se divide en cuatro brazos operacionales manejados unos por demócratas y otros por republicanos. Su misión es ayudar a instalar y mantener el «orden internacional basado en reglas», donde las corporaciones occidentales y sus lacayos políticos imponen sus reglas, que todos los demás países deben seguir al pie de la letra.
Cualquiera que se desvíe de estas reglas será sancionado, desestabilizado o será el objetivo directo de un cambio de régimen por medio de golpes blandos, revoluciones de colores o intervenciones militares «humanitarias».
La manera de instrumentar el dominio fue el financiamiento tanto a los medios como a periodistas que se congraciaban con esas ideas.
Al servicio de la idea central de control de los medios estuvo la USAID, el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Departamento del Tesoro; al unísono, esa trilogía se puso de acuerdo para invertir billones de dólares. De lo que se acuse a la USAID, es igualmente responsables los departamentos norteamericanos susodichos.
Pero para que la fachada pasara con facilidad, se utilizó la vaselina de «la ayuda humanitaria», «la defensa del mundo libre», «la preservación de la cultura occidental», «la paz» y, luego, muy hábilmente, «la defensa de los derechos humanos».
Bajo esta consigna se amparó una de las grandes corruptelas en los Estados Unidos, porque detrás de ellas -y de eso se ocuparon los propios medios y los periodistas llamados «independientes»- se ocultaban operaciones no solo del control de los medios y redes sociales, sino incluso conspiraciones contra jefes de Estado, operaciones de terrorismo, golpes de Estado y la subversión del orden constitucional en general contra los gobiernos que no se cuadraran con la política de los gobiernos demócratas y republicanos en los Estados Unidos.
Así es que se hablaba de periodismo independiente o periodismo controlado como herramienta para crear «influencers» y figuras de alta gama en la credibilidad del público y de la ingenuidad de los pueblos ignorantes y pobremente informados, y nuestros países aún son víctimas de este consorcio de medios.
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