Opinión Samuel Luna
Ser ingenuo es una estupidez que debe ser recuperada y promovida constantemente; ser ingenuo es ir en contra de la corriente y del tigueraje que domina el comportamiento social del pueblo dominicano. Ser ingenuo es una vaina que rechina en medio de los malditos que destruyen la llaneza y la buena fe que poseen los idiotas como yo y como la mayoría de los dominicanos.
Para transformar esta caótica, corrupta e indisciplinada nación debemos volver a la ingenuidad y ser menos fríos, menos intelectuales, más llanos y más simples. La ingenuidad se podría percibir como un estado de estulticia y de debilidad que posee una persona; sin embargo, hoy necesitamos personas sinceras, personas que no se plieguen ante las circunstancias y desafíos que provocan los indolentes. El ingenuo hace las cosas sin tomar en cuenta las consecuencias, sin medir el rechazo que recibirá, es ciego pero certero, es distraído pero activo.
El ingenuo salta con cosas prácticas y funcionales que no les convienen a los parásitos que se alimentan del Estado; y hablando de cosas prácticas, en calidad de ingenuo siempre me he preguntado de dónde salió la idea de tener en una media isla un congreso con 190 diputados y 32 senadores. Soy tan ingenuo que propongo reducir el gasto que existe en el congreso, no tengo una maestría en matemática, pero mi ingenuidad me lleva de forma rápida a sentirme alterado por enterarme que cada 24 horas ambas cámaras tienen un gasto de 21 millones de pesos que salen de nuestros impuestos. Mi ingenuidad no asimila que este monto de 21 millones es usado en su mayoría para sueldos, para “ayudas sociales”, y en la compra de comidas y bebidas alcohólicas. Según un documento publicado en el mes de abril de este año, nuestro país está entre los cinco países de la región con mayor gasto legislativo.
Soy un perfecto ingenuo porque mi corazón y mis instintos me dicen que este sistema democrático es una trampa, es un círculo vicioso controlado por personas sin valores y sin una idea clara de su destino y propósito en esta tierra; por eso, como un perfecto ingenuo opto por una rebelión sin armas pero con coraje, con una valentía que nos permita desmontar el comportamiento nocivo que paraliza el real desarrollo de mi país. Mi ingenuidad percibe a distancia los pueblos sin agua en una nación rodeada de ríos y arroyos, observo al campesino que se ve obligado a salir del campo por falta de una sólida política agraria. Mi ingenuidad no me permite salir a mis calles por temor a ser violado emocionalmente por atracadores sin reglas y sin consecuencias.
Soy un perfecto ingenuo que no se adapta a esta cultura de una pobreza creada, que no asimila el ver a un pueblo orando a Dios y no sumando una acción en vía de una transformación. Mi ingenuidad no asimila como cada cuatro años los mismos líderes nos engañan y seguimos poniendo nuestros cuerpos en forma de escalones para que ellos nos pisoteen hasta hacernos sangrar con el único fin de perpetuarse en el “PODER para así poder” extraer los bienes del Estado dominicano y del pueblo. Soy ingenuo y busco otros ingenuos como yo para decirle, ¡no!, a la corrupción.
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