“Este país no lo arreglamos ni con oraciones”; esta frase es muy usada en los labios del pueblo dominicano y pensándolo bien, ese decir es apropiado para describir los intentos que hemos hecho para establecer un Estado más productivo y estable. Además, refleja nuestra conducta como dominicano y las prácticas infructuosas en la línea histórica de nuestro pueblo.
Somos un pueblo muy supersticioso, lleno de conductas nocivas, donde la mentira y el robo en el Estado dominicano son parte del código social, es como que nuestra cultura certifica y defiende el comportamiento corrosivo que afecta la epidermis de la democracia y penetra hasta los nervios de la sociedad, creando así pobreza, inseguridad y caos. Este comportamiento responde a una fobia, el temor de que el enemigo nos aísle, que nos delimite y que nos identifique para maltratarnos. En otras palabras, queremos cambios sin pagar el precio real, sin ser parte del proceso y del contexto social, sea este político, eclesiástico, económico o cultural.
Como pueblo dominicano, reflejamos la irresponsabilidad y el temor de tomar acciones cortantes y radicales, seguimos como muñequitos de trapos aplaudiendo y perteneciendo a las estructuras políticas convencionales que han destruido a este pueblo; y cuando digo pueblo me refiero al concepto de Cicerón, de San Agustín y de Tomás de Aquino, ellos afirmaban que “pueblo no es cualquier reunión de hombres de cualquier modo, es la reunión de una multitud en torno al consenso de derecho y de los intereses comunes”. Así que, si lográramos como dominicanos entender que poseemos el potencial de convertirnos realmente en un pueblo exitoso, no anestesiado por los sectores impasibles e inhumanos, estaríamos en la capacidad de construir un pueblo y un Estado operando y desarrollando gestiones basadas en los intereses comunes. Pero aquí nos movemos de forma montés, nos comportamos como caciques y dueños del país. Es por eso, que para arreglar a nuestro pueblo se necesita un líder con coraje y con integridad, no más.
Si queremos producir cambios reales debemos dejar el temor y abrazar la valentía. Nelson Mándela decía que él aprendió que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el. También decía que el valiente no es el que no siente miedo, sino el que vence ese temor. Tenemos miedo en hacer decisiones que puedan afectar los intereses de un sector minoritario, aunque la mayoría sea afectada. Ningún pueblo ha sido transformado con abrazos tiernos, con zalamería y adulaciones, los pueblos cambian aplicando el imperio de la ley y para eso se necesita un líder y un grupo de personas con coraje que apoyen acciones transformadoras.
La mejor oración por nuestro país es que Dios nos de la valentía para elegir líderes con coraje y con integridad; solo así gozaremos de una patria realmente libre, de un Estado con más equidad y un pueblo menos atado a los partidos y sectores que por generaciones no han logrado implementar lo que predican; entonces, es nuestro deber buscar personas con coraje e integridad, no más…
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