¡Animal, idiota! Así me gritaron cuando estaba manejando en la vía correcta; y esa misma persona que me gritó con una ira que casi explota los cristales del carro, también casi destruye varios vehículos, incluyendo el vehículo donde yo estaba. Ese cuadro social es común, repetitivo y casi “cultural”.
La realidad nos anuncia que somos casi bipolares o dramaturgos; el asunto es impresionar, dominar y aplastar. No existe la sensatez, ni la claridad; en ese contexto de bipolaridad existe la ley del más fuerte. El debate social no existe, no se trata de quién tiene la razón, ¡no!, todo se debate a pleno pulmón, con gestos y amenazas. Y lo grande es que dicho comportamiento bipolar también se repite y se extrapola en la mayoría de nuestros políticos.
La bipolaridad social es una máscara para cubrir nuestra débil identidad, para arropar nuestros temores ancestrales, y nuestras debilidades. Esos temores se duplican y se multiplican en nuestros círculos familiares y sociales. Podemos percibir esa práctica bipolar, o como yo le he llamado, Bipolaridad Social, en todas las campañas electorales, y en la mayoría de los políticos dominicanos.
Ese comportamiento de emociones extremas no nos permite avanzar ni como pueblo y mucho menos como Estado. De hecho, podemos ver como los candidatos presidenciales se expresan con tanto ánimo y convencimiento, luego cuando ganan la presidencia su tono es bajo y muy pausado, haciéndonos creer que son educados y serios; pero no es así, solo son dramaturgos o bipolares.
Los cambios sociales no se cultivan en la inestabilidad emocional, porque cuando somos ambivalentes surge la materia prima con la que se construye el miedo, limitándonos así, a tomar decisiones que generen cambios sustanciales y palpables. Por esa razón, hoy poseemos un festival de payasos vestidos de políticos, montando circus para entretener al pueblo dominicano. Por eso, siempre le he comunicado a mis amigos, que para transformar este país necesitamos un milagro social, una acción inesperada, algo similar a un maremoto o sunami que nadie espera pero viene.
Para poder ver ese sunami se necesita un loco cuerdo, que tenga una perspectiva clara de la política, que ame realmente a Dios por encima de los sistemas religiosos, que entienda que aquí, en la República Dominicana, ¡nunca!, hemos tenido un periodo de oro, y que esté dispuesto a pagar cualquier precio. Así es, un loco cuerdo, que motive a este pueblo sediento.
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