¡No aguanto más!, no tengo tiempo
Por Samuel Luna
Cruzar el Atlántico para Cristóbal Colón era un peregrinaje de más de un mes, hoy nos tomaría doce horas. Recuerdo que enviar una carta de Santiago de los Caballeros a cualquier otra ciudad era un proceso tedioso y lento, hoy enviamos una información escrita en segundos. A pesar de toda esta velocidad nos sentimos atrapados y sin tiempo, vivimos estresados, nos sentimos enojados porque se nos hace muy difícil lograr las metas que nos establecimos, se nos pasan meses sin poder tomarnos un café o un té con las personas que apreciamos.
Hoy, vivimos más rápido y paradójicamente tenemos menos tiempo para hacer lo que realmente importa y perdura. Muchos vivimos más acelerados porque esa rapidez nos excita, nos da una percepción de sentido, es como una droga que nos activa y nos hace sentir notables, queremos proyectar a la sociedad que somos importantes, que somos útiles y valiosos; pero la triste realidad es la siguiente, al final del día nos sentimos que estamos en el mismo punto donde iniciamos, nos sentimos vacíos y sin resultados fructíferos. Andamos más rápidos, más veloces, pero al final del día todo se escapa, todo se esfuma y sin resultados; como dice un amigo, es como conservar un pedazo de hielo en nuestras manos y por más que apretamos ese pedazo de hielo no podemos conservarlo, se nos derrite poco a poco.
Si miramos hacia atrás notaremos que durante 12 años asistimos a un centro educativo, nos enseñaron que hacían esto porque querían educarnos, para que fuésemos mejores ciudadanos, para vivir con propósito y supuestamente para llegar a ser “alguien importante” en la vida. Bueno, luego la sociedad nos canalizó hacia la universidad, en el comercio o en una vocación. Otro segmento de la sociedad se enfocó en crear negocios productivos y así poder vivir más holgado, con más tiempo para hacer lo que realmente daba satisfacción y gozo; pero un día de forma inesperada, nos mirarnos en el espejo y nos dimos cuenta que ya nuestra piel no era la misma, las canas estaban dominando el color del pelo de nuestra recordada juventud; luego de forma intencional dejamos el espejo y abrimos nuestra agenda, notamos que era larga e interminable; saltamos como un relámpago y abrimos el email, nuestra respiración se paró, nuestro ojos se apagaron y lo que antes era una ventaja se tornaba en una carga emocional y en un laberinto sin salida.
El sistema social nos roba el tiempo o nosotros nos imponemos. Así que, no todo está perdido, es un asunto de disciplina, de espiritualidad y de ser intencional. Es una disciplina porque debemos cambiar nuestros paradigmas que nos dicen que somos más cuando producimos más. Debemos volver a las cosas pequeñas y simples, y esto requiere disciplina; debemos volver a escuchar el sonido de las aves, volver a sentarnos cada mañana para contemplar y disfrutar de una tasa de té o de café. Visitar el mar, el río y escuchar el viento, el sonido de las piedras y de caracoles; leer un buen libro, respirar de forma consciente y disfrutar una fruta caribeña. Es espiritualidad, porque el mismo Jesús, el hijo de Dios, se retiraba con frecuencia a estar a solas con su padre. ¿De dónde o de qué nos nutrimos cuando estamos a solas? Debemos cultivar el silencio, el silencio nos confronta y nos crea un contexto para escuchar el susurrar del creador. Es una intencionalidad, porque vivimos en una sociedad que nos vende una sensación que nos deja vacío y nos activa para drenarnos y dejarnos sin propósitos. Debemos ser intencionales y radicales con el uso de nuestros días y con los compromisos que hacemos.
Somos felices cuando usamos bien el tiempo, cuando usamos el tiempo para conectarnos con el autor del tiempo, cuando gastamos tiempo con los demás, con la naturaleza, con las montañas, con los ríos y mares. Tener tiempo no es hacer más cosas, es hacer menos para lograr más.
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