El derecho a matar palestinos
Por Henry Polanco
Lo que para muchos parece un derecho universal consagrado por las leyes naturales de la historia repetidas como tabú, matar palestinos, no importa que sean niños, mujeres, ancianos, todos están marcados para Ser exterminado por los hijos de Sión, y la vista gorda contra los desheredados hijos de Ismael.
El conflicto histórico entre palestino-israelí, prejuicios, profecías, legalidad, geopolítica, injerencias, exterminios, todos marcados, por enésima vez con su habitual escalada de manifestaciones, disparos, cohetes, bombas y muertos.
Por supuesto, con el habitual desequilibrio de tragedia y víctimas a un solo lado, como es de esperarse, siempre la tergiversación de los hechos por el estado de opinión cómplices de genocidio humano.
En esta ocasión el detonante ha sido la decisión judicial israelí que ordena desalojar a varias familias palestinas del barrio de Sheij Jarrah, un pequeño distrito de Jerusalén Este. Estas familias han vivido en esa localidad desde hace décadas, antes bajo control de Jordania. Y arrebatado por Israel, que es lo mismo que decir Estados Unidos.
Ni las protestas de Jordania ni de la ONU, pidiendo detener esa expulsión y cumplir con el derecho internacional humanitario, han detenido al Gobierno de Israel, quien no detiene sus planes de judialización del este de Jerusalén, ocupado en la guerra de 1967.
Para continuar su atropello, el lunes 10 de mayo se celebró la Marcha de la Bandera, un evento nacionalista israelí que conmemora esa ocupación. Para más, las autoridades israelíes han ido poniendo obstáculos a las celebraciones del mes de Ramadán, cerrando la Puerta de Damasco, acceso principal al barrio musulmán de la Ciudad Vieja, bajo el argumento de evitar concentraciones a causa de la pandemia.
Esta decisión provocó el enfado entre la comunidad palestina residente en Jerusalén y las protestas se extendieron hasta la Explanada de las Mezquitas.
La escalada de violencia continúa hoy en día y las milicias palestinas de Hamas acuden desde Gaza en solidaridad con sus hermanos de Cisjordania con el ya habitual cruce entre sus artesanales y bastante ineficaces cohetes, contra las destructivas bombas israelíes. Basta observar los números a fecha 15 de mayo, más de 2.050 cohetes de Hamás más otros 200 fallidos contra 500 bombardeos israelíes. Balance: 123 palestinos muertos, 36 de ellos niños y seis israelíes muertos estas cifras de muertos palestinos desde luego superadas ya, es el álgebra de la injusticia, como diría Arundhati Roy.
Esta es la información periodística que se encontrará en todos los medios, pero que necesita del suficiente contexto y antecedentes para comprenderse.
Hace bastantes décadas que este conflicto palestino-israelí se presenta como una secuencia de partes de guerra, donde se presenta, cómo algo común, en el que no se sabe cuándo empezó todo, por qué, ni qué, mueve a la confrontación de las dos partes, poniendo la historia de rodillas, y desencadenando, unos hilos proféticos llenos de prejuicios, y de tergiversación de los hechos.
Son preguntas básicas y lógicas que surgen a quienes desean comprender mínimamente el conflicto palestino-israelí y a las que no se encontrará respuesta en los medios de comunicación a pesar de que todos los días hay noticias sobre la región.
Antes de la Primera Guerra Mundial
La Palestina histórica (27.009 km2) estuvo dominada por el Imperio otomano desde 1516 hasta 1917. Cuando, tras finalizar la Primera Guerra Mundial fue sometida a la autoridad británica, que promovió el llamado Mandato Británico como figura colonial de 1922 a 1947. Después de finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Fueron los intereses surgidos en el conflicto cómo un meaculpa que decidieron la creación del Estado de Israel en 1948, con un peculiar nacionalismo exclusivista judío, que se denominó el sionismo, y puso en marcha un largo proceso de transformación de un territorio árabe palestino en un espacio dominado por los judíos.
Aparentemente, el conflicto palestino-israelí podría parecer otro conflicto étnico sin más, en el que dos pueblos se disputan un mismo territorio. Sin embargo, aunque los palestinos sí mantienen una homogeneidad étnica, al ser todos árabes, entre los israelíes podemos encontrar hebreos, árabes, los llamados orientales, europeos (askenazis), sefardíes, ingleses, franceses, norteamericanos, argentinos, descendientes de los judíos expulsados de España en 1492), etíopes, bereberes, tailandeses, indostanos, uzbekos, kurdos e incluso otras etnias diferentes. Muchas de éstas afirman descender de las famosas diez tribus perdidas de Israel por efecto de la conquista asiria en el siglo VIII antes de la era cristiana.
Por otro lado, mientras los sionistas defienden la existencia un territorio exclusivo para judíos, los israelíes no sionistas y la gran mayoría de los palestinos hablan de convivencia en común. Esta combinación hace que sea difícil considerar simplemente el conflicto palestino-israelí como un conflicto territorial de carácter étnico.
También podría parecer un conflicto religioso, en el que los seguidores de dos religiones contrapuestas luchan por controlar los lugares sagrados que ambas tienen en común. Tanto hebreos como árabes afirman proceder del mítico Abraham, a cuyos descendientes tanto el Dio Yahvé de la religión judía como el Alá de la musulmana (el mismo Dios bíblico en realidad) les prometió la antigua tierra de Canaán, Palestina, parte de Jordania y el sur del Líbano y de Siria, en los tiempos en los que como tribus beduinas habitaban y abandonaron el nomadismo.
El sionismo trata de legitimarse considerando que Dios otorgó la Tierra Prometida al pueblo judío, argumento que impide cualquier posibilidad de debate al respecto, pues se considera un dogma religioso. En cambio, los palestinos no fundamentan su derecho a permanecer en Palestina en base a criterios religiosos, sino históricos y jurídicos, ya que esa tierra les pertenece en propiedad y la legalidad internacional de acuerdo a cualquier normativa jurídica, de derecho de propiedad según se ha confirmado.
El conflicto palestino-israelí también podría parecer un típico conflicto colonial, en el que se trata de controlar una zona periférica rica en recursos naturales, como es Oriente Medio.
Implementando para ello políticas de terror contra la población autóctona para obligarla a someterse. Esto estaría en consonancia con la tendencia de la propia definición que la izquierda no sionista israelí hace del conflicto, al autodenominarse muchas veces, movimiento anticolonialista. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el valor de Palestina no es tanto económico como simbólico y debe su importancia estratégica más bien a los recursos naturales, en especial el petróleo, de los países vecinos.
El origen de la versión geopolítica del conflicto hay que buscarlo en la política colonialista del Reino Unido tras la Primera Guerra Mundial, cuando Palestina quedó bajo el Mandato Británico, así como del de Estados Unidos, después como potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, ante la importancia de Oriente Medio en cuanto a proveedor de petróleo y consumidor de armamento.
De hecho, actualmente, la ayuda militar anual de Estados Unidos a Israel se establece desde un acuerdo con el Gobierno Obama en 2016 para 10 años a razón de 3.800 millones de dólares cada año. Si a esto le añadimos todas las donaciones de carácter privado que los judíos sionistas norteamericanos entregan a Israel, obtenemos la clave para entender el poderío económico y militar israelí en la zona, en apenas décadas de fundados, más las propias armas estadounidenses, que amparan estas políticas represivas.
Pero lo que es un conflicto con un contexto geopolítico mundial con dimensiones étnicas y religiosas ha terminado por convertirse en algo más crudo y pragmático: un sistema de apartheid, en el que una comunidad originaria de Europa u occidentalizada, con mayores recursos económicos, técnicos y militares, mantiene políticas de segregación sobre otra comunidad étnicamente distinguible que es además la población autóctona del territorio en cuestión.
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La legitimación para llevar a cabo las políticas segregacionistas israelíes se fundamenta en la propia persecución secular del pueblo judío, que necesita un «hogar nacional» para escapar a la misma, sin tener en cuenta que para solucionar el llamado «problema judío» se ha creado otro problema que está afectando a las relaciones del mundo árabe con Occidente. Este supuesto rechazo secular ha generado un complejo paranoico en los judíos, reafirmado por el terrible Holocausto perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Desde ese punto de vista muy propio del sionismo, el judío se contempla a sí mismo como una eterna víctima sin un lugar en un mundo antisemita por definición, de forma que la única posibilidad de supervivencia del pueblo judío radica en la conquista de un territorio seguro, y qué mejor para ello que la legendaria Tierra Prometida que su dios tribal les regaló en sus relatos míticos.
Así, la ocupación de Palestina se define como una guerra de supervivencia con derecho a matar y asesinar palestinos, del tipo «o ellos o nosotros» que justifica la limpieza étnica que está perpetrando Israel. en la complicidad prejuiciada de la propia empresa denominada Comunidad Internacional, Este razonamiento se convierte en fundamentalista desde el momento en que se tacha de antisemita todo lo que sea anti sionista, y se elimina así cualquier posibilidad de debate sobre el papel de Israel en el conflicto. Esto le permite, sin complejos, calificar a los palestinos de terroristas y de esta forma legitimar todas las violaciones de los derechos humanos.
Limpieza étnica
Se puede decir que la discriminación institucional israelí comenzó poco antes de la propia fundación del Estado de Israel en 1948, Concretamente en noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó la repartición. Desde ese mismo año los palestinos están padeciendo una auténtica limpieza étnica.
La expulsión ha sido sistemática, planificada y ejecutada, vulnerando los más mínimos derechos de las personas. Será a partir de 1967 cuando la segregación mostrará su cara más dura, convirtiéndose realmente en un sistema de apartheid en el que la sociedad palestina bajo la ocupación vive una erosión de las libertades, una fuerte represión, toques de queda indiscriminados, castigos colectivos y expropiación de tierras.
Se añade con la ocupación una tercera dimensión del conflicto, la del apartheid sobre los habitantes de los Territorios Ocupados, sumada a los dos problemas previos generados por la creación del Estado de Israel: los millones de refugiados palestinos que todavía esperan retornar a sus casas y la discriminación antidemocrática de los árabes-israelíes.
La llamada «única democracia de Oriente Medio» niega desde 1967 el derecho a una nacionalidad a más de 4,8 millones de personas que viven en los Territorios Ocupados (casi la mitad en lugares cerrados), y con ello pierden todo derecho a exigir derechos, a la vez que otros casi 6 millones de personas han sido condenadas al exilio y viven en su mayoría en campos de refugiados en Jordania, el Líbano y Siria.
En los Territorios Ocupados las normas que rigen son más de 2.000 ordenanzas militares que regulan todos los aspectos y subordinan por completo la vida de millones de árabes-palestinos a los miles de colonos judíos que se han instalado allí, de forma brutal e ilegítima.
Las colonias sionistas actuales están directa e indirectamente subvencionadas por el Gobierno israelí por medio de ventajas fiscales, subvenciones a la industria y al consumo y construcción de infraestructuras, y con el financiamiento de desde Estados Unidos quien se ha declarado el protector universal del Estado Satélite de Israel.
En los años noventa se construyeron 400 kilómetros de carreteras de circunvalación exclusivas para los colonos, que además de ser motivo para la expropiación de tierras, actúan como enormes barreras entre las diversas poblaciones palestinas, dejándolas aisladas entre sí y creando una geografía fragmentada en pequeños cantones.
De este modo, la sociedad palestina se ha fragmentado en palestinos refugiados (5,4 millones dispersos por varios países). Asimismo, se olvida el hecho básico de que la política de seguridad israelí, mediante la cual se justifican todas las violaciones de los derechos humanos, se trata, en realidad, de una política ofensiva que está encaminada a la limpieza étnica y que tiene como consecuencia precisamente la pérdida de la seguridad de los ciudadanos israelíes.
Las grandes potencias occidentales destacan la complicidad en la tragedia palestina.
El apoyo internacional directo o indirecto al proceso colonial de los asentamientos sionistas en Palestina sigue tan presente hoy como lo fue ayer, con el mayor cinismo histórico.
Si el imperialismo británico alumbró la injusta promesa de la partición de Palestina para construir el Estado de Israel en este territorio, hoy en día, los atropellos siguen siendo constantes: desprecio a las resoluciones de la ONU respecto a las fronteras entre las dos naciones, impunidad de Israel ante los crímenes investigados por la Corte Penal Internacional, incumplimiento de diferentes acuerdos o compromisos de paz, indiferencia ante las políticas de nuevas ocupaciones y expulsiones de poblaciones palestinas por parte de Israel y, siempre, el apoyo financiero, comercial y militar a Israel por parte de Estados Unidos y la Unión Europea.
Y si hasta hoy la criminal equidistancia de los medios de comunicación occidentales entre víctimas y verdugos era la tónica, ahora se adapta a los nuevos tiempos y también se tiene en las empresas que dominan las redes sociales.
Redes sociales
Un grupo de diversas organizaciones en defensa de los derechos humanos y digitales ha denunciado que, tras las protestas palestinas por el desalojo de las familias de Jerusalén «la escala de eliminaciones de contenido y suspensiones de cuentas informadas por los usuarios y documentadas por las organizaciones de derechos digitales es atroz y pronunciada».
Cientos de mensajes críticos con la violencia ejercida por los cuerpos de seguridad de Israel desaparecieron, lo que levantó las sospechas de los activistas.
La complicidad entre Israel y las empresas de redes sociales para regular y censurar el contenido y las cuentas palestinas está bien documentada. Tras una visita de una delegación de Facebook en 2016, el ministro de justicia de Israel en ese momento declaró que Facebook, Google y YouTube estaban «cumpliendo con hasta el 95% de las solicitudes israelíes para eliminar contenido», casi todos palestinos.
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