¡Increíble, que país!
Por Samuel Luna
Sí, lo sé y lo entiendo muy bien; no es mi forma de escribir o de expresarme; sin embargo, el desorden y el cuadro social en el cual vivimos se anteponen a mis prácticas y al lenguaje que con frecuencia utilizo. Es que para describir la situación caótica en el plano judicial y la inseguridad social, tendré que implementar el término coloquial que se usa en nuestro país como una expresión de empuje y de peso emocional, me refiero a un ¡coño! como una válvula de escape y como una evasión para protegernos del peligro.
Cuando en un país el ciudadano no se siente protegido por la policía, cuando sentimos una sensación de que nos están esperando al doblar la esquina para apagar nuestra existencia aquí en la tierra, cuando el feminicidio se convierte en una práctica sin consecuencias drásticas; es en ese momento cuando surge el idioma coloquial en forma de interjección, expresando con frustración, con desespero, desconfianza y enojo, un coño con sonido de liturgia callejera y un grito celeste, porque es como una oración vulgar y al mismo tiempo espiritual en forma de un desahogo capsulado y veloz.
No es necesario ser un sociólogo para ver que este país anda como un barco sin brújula, como ovejas sin pastor; no hemos podido arreglar lo torcido, pensamos que lo que pasa es normal y es parte de la cultura. ¿Y asesinar a una pareja es cultural? ¡No! De hecho, hoy fue un matrimonio y pastores que fueron asesinados, pero los próximos pueden ser tus hijos, podría ser tú o yo. Es ahí donde surge aquella palabra que emana del ser moral, en forma de espada de dos filos, cortando el sufrimiento y buscando saciar la sed que genera la injusticia; por eso la expresión coloquial, coño, salta en un rincón oscuro y abstracto, tratando de reducir la brecha del mal y del garabato social.
Ese rincón oscuro está lleno de clientelismo, de redes licenciosas, de funcionarios corruptos, que se deslizan por los alcantarillados de las aguas putrefactas. Y ahí, precisamente en ese contexto de involución gubernamental, nacen y se multiplican aquellos comportamientos antidemócraticos. Ahí nacieron los disparos que borraron las vidas de esos pastores y ciudadanos dominicanos.
Debo admitir que para transformar este pueblo y el Estado, no es suficiente quejarnos y lanzar expresiones que nos ayudan a liberar catarsis, es urgente que como pueblo entremos a ese rincón oscuro, vestido de marcha verde, con un plan y un líder transformacional, que no se comprometa con los sectores oscuros, y desde ese rincón oscuro, ese líder, junto a las masas, crear un Estado con dignidad, seguro y con oportunidades. Pero, necesitamos un líder y un pueblo que vuelva a vestirse de esperanza.
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