En nuestras manos está la transformación
Por Samuel Luna
Nuestro país está lleno de economistas, de administradores, de contables, de abogados, de sociólogos y de expertos en cambios sociales; en fin, tenemos muchas personas preparadas y con muchas informaciones. Sin embargo, seguimos en un círculo de deficiencias y precariedades gubernamentales; por muchos años, el liderazgo político está buscando cómo hacer una fogata, y no se han dado cuenta que ya tienen los fósforos, la leña y el oxígeno, y aún así, no inician, ni saben cómo generar el fuego para crear la fogata.
El fuego se genera cuando surge un liderazgo que no le tema a las amenazas, que su misión y prioridad sea terminar con la deficiencia institucional. Si el presidente actual, junto a todos los funcionarios, realmente desearían una metamorfosis en el Estado, una transformación gubernamental, si realmente quieren algo más allá de lo contidiano, entonces deberán provocar un verdadero accionar para fortalecer las instituciones, y deberán implementar el imperio de la ley.
Nuestros llamados líderes, los que el mismo pueblo a elegido, ya deben entender que el pueblo se cansó. Cuando un pueblo observa de forma sistemática las debilidades de las instituciones estatales, y se dan cuenta que las leyes no se cumplen, cuando esto sucede, estamos frente a una población sedienta de justicia, sedienta de que surjan hombres y mujeres con integridad y carácter, hombres y mujeres decididos
a parar el circus, el montaje, la adulación y el culto a los funcionarios que no hacen su trabajo. Debemos desarticular ese circus que nos entretiene para no observar el incumpliendo de las leyes.
Ningún presidente podrá generar cambios sustanciales si no se llena de valor, de visión y de pasión; para frenar el incumplimiento de las leyes, debemos contar con un líder que encarne el sentir de frustración de todo el pueblo dominicano, un líder que obedezca y promueva los intereses del Estado por encima de los deseos personales y caprichos de los partidos políticos. Si observamos los pueblos y naciones que han progresado, todos ellos tienen un elemento en común, el cumplimiento de la ley.
En nuestro país no se cumplen las leyes cardinales y las más básicas; como por ejemplo, las leyes carcelarias. El problema es tan profundo y a la vez tan simple; sin embargo, nuestros presidentes, casi todos, no han podido establecer el orden y el respeto en nuestro sistema carcelario, los internos poseen teléfonos, tienen colmados, y todo tipo de negocios; otras leyes tienen fijado un por ciento anual en relación al presupuesto general del Estado, el cual no se cumple, como la UASD, los ayuntamientos, donde cada año se les asigna menos o no se entrega lo que dice la ley. Otras leyes que no se cumplen es la de hidrocarburos, la ley de salud, la de medioambiente, de electricidad; entre otras. A todo esto se suma la práctica desbordante, visible y agresiva de dar dinero durante las campañas electorales, esto refleja la ausencia de un liderazgo serio y decidido.
Cuando la cabeza de un país, trata la corrupción con respeto y con delicadeza, y todo se torna en una consulta y en un concurso, podemos afirmar que hemos caído en un concurso de belleza gerencial. Bellas palabras, bellos edificios, bellos proyectos, pero todo basado en un populismo temporal; con ese tipo de conducta no se podrá generar cambios sustanciales en el pueblo dominicano.
Para generar una revolución social, en el Estado, se necesita un ciudadano elegido por el pueblo, pero por un pueblo no comprado, un ciudadano que tenga pasión y visión por su pueblo. Perdón, casi olvido algo, para que esto suceda, debe ocurrir un vacío y una crisis que nos obligue a descubrir esa persona. No soy ingenuo, el dominicano tiene una cultura de compadreo y de tigueraje. En nuestras manos está la revolución.
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