AGENDA FALLIDA DE EEUU EN LOS ÚLTIMOS 4 AÑOS
Por Henry Polanco
Después de la segunda guerra mundial, Estados Unidos, se convirtió en la primera potencia mundial, y la mas agresiva de todas,en el planeta, con los métodos mas inteligentes del sistema capitalista e imperialista, jamás ha existido en el planeta tierra algo similar, pero todo hierro se oxida en el tiempo.
Washington ha pretendido reconquistar supremacía en tres áreas que definen el dominio imperial: el manejo de los recursos naturales, el sometimiento de los pueblos y la neutralización de los rivales. Todos sus operativos apuntan a capturar riquezas, sofocar rebeliones y disuadir competidores.
El control de las materias primas es indispensable para sostener la primacía militar y garantizar los abastecimientos que impactan sobre el curso de la economía. La contención de las sublevaciones populares es esencial para estabilizar el orden capitalista que el Pentágono aseguró durante décadas.
Estados Unidos intenta mantener la fuerza que tradicionalmente utilizó para intervenir en América Latina, África, Medio Oriente y el Sur de Asia. Para ello. Necesita también lidiar con el desafiante chino para doblegar a otros rivales. En esas batallas se dirime el éxito o naufragio de la resurrección del imperio norteamericano, a nivel mundial
Los últimos cuatro años aportaron un categórico retrato del fracasado intento estadounidense de recuperar dominio imperial. Trump privilegió la recomposición de la economía y pretendió utilizar la superioridad militar del país para apuntalar el relanzamiento productivo.
Con ese soporte encaró durísimas negociaciones externas, a fin de extender al plano comercial las ventajas monetarias que mantiene el dólar. Trump Propició acuerdos bilaterales y cuestionó el libre comercio para aprovechar la primacía financiera de Wall Street y la Reserva Federal.
Trump intentó preservar la supremacía tecnológica mediante crecientes exigencias de cobro de la propiedad intelectual. Con ese control de la financiación del capitalismo digital esperaba forjar un nuevo equilibrio entre los sectores globalistas y americanistas de la clase dominante.
Apostó a combinar la protección local con los negocios mundiales. El multimillonario priorizó la contención de China. Encaró una brutal pulseada para reducir el déficit comercial, a fin de repetir el sometimiento que impuso Reagan a Japón en las décadas de los años 80.
De acuerdo con (Katz, 2020) Buscó además afianzar las ventajas sobre Europa, aprovechando la existencia de un aparato estatal unificado, frente a competidores transatlánticos que no logran extender su unificación monetaria al plano fiscal y bancario. Bajo la apariencia de un improvisado desorden, el ocupante de la Casa Blanca concibió un ambicioso plan de recuperación estadounidense.
Pero su estrategia dependía del aval de los aliados como (Australia, Arabia Saudita, Israel), la subordinación de los socios (Europa, Japón) y la complacencia de un adversario (Rusia) para forzar la capitulación de otro el dragón asiático(China). El magnate no consiguió esos alineamientos y el relanzamiento norteamericano falló desde el principio.
La confrontación con China fue su principal fracaso. Las amenazas no amedrentaron al dragón asiático, que aceptó mayores compras y menores exportaciones, sin convalidar la apertura financiera y el freno de las inversiones tecnológicas.
China no acomodó su política monetaria a los reclamos de un deudor, como Estados Unidos, que ha colocado el grueso de sus títulos en los bancos asiáticos.
Tampoco los socios de Estados Unidos resignaron los negocios con el gran cliente asiático. Europa no se sumó a la confrontación con China e Inglaterra continuó jugando su propia partida en el mundo.
El gigante oriental incrementó para colmo su intercambio comercial con todos los países del hemisferio americano cómo señala (meriño 2020).
Trump sólo logró inducir un alivio de coyuntura, sin revertir ningún desequilibrio significativo de la economía. Esa carencia de resultados salió a flote en la crisis que precipitó la pandemia y en su propia eyección de la Casa Blanca.
Las mismas adversidades se verificaron en la órbita geopolítica. El magnate intentó neutralizar la pesada herencia de fracasos militares. Propició un manejo cauto de las aventuras bélicas frente al fiasco de Irak, y el pozo de Somalia y los despistes de Siria.
Para desandar las infructuosas campañas de Bush forzó retiradas de tropas en los escenarios más expuestos. Transfirió operaciones a sus socios sauditas e israelíes y redujo el protagonismo previo.
Sostuvo la anexión de Cisjordania y las masacres de los yemenitas, pero no comprometió al Pentágono con otra intervención. Prescindió de los marines de la crisis libia, sustrajo efectivos de Siria y abandonó a los aliados kurdos.
En esa zona avaló la gravitación de Turquía y consintió la preeminencia de Rusia.
Trump volvió a experimentar la misma impotencia de sus antecesores en el control de la proliferación nuclear.
Esa incapacidad para restringir la tenencia de bombas atómicas a un selecto club de potencias ilustra las limitaciones norteamericanas. Estados Unidos no puede dictar el rumbo del planeta, si una pequeña franja de países comparte el poder de chantaje que otorgan las cargas nucleares.
Las fracasadas tratativas con Corea del Norte confirmaron esas flaquezas de Washington. Kim perfeccionó la estructura de misiles y rechazó la oferta de desarme a cambio de provisiones de energía o alimentos. Kim, Sabe que únicamente el poderío nuclear impide la repetición en su país de lo ocurrido en Irak, Libia o Yugoslavia.
Ese resguardo atómico es la carta contra un imperio que impuso la división de la península coreana y rechaza cualquier tratativa de reunificación. Estados Unidos veta constantemente los avances en la propuesta ruso china de frenar la militarización de ambos lados.
Pero al cabo de varias amenazas Trump archivó su pose de fanfarrón y aceptó la simple continuidad de las conversaciones. Una barrera muy semejante encontró en Irán.
También ahí la prioridad imperialista ha sido el freno del desarrollo nuclear para garantizar el monopolio atómico regional de Israel. Trump rompió el acuerdo de desarme suscripto por Obama y viabilizado a través de una verificación internacional.
El magnate redobló las provocaciones con embargos y atentados. El asesinato del general Soleimani fue el punto culminante de esa agresión. Implicó un descarado acto de terrorismo hacia el jefe del ejército de un país, que no perpetró ninguna agresión contra Estados Unidos.
Pero ese tipo de crímenes seguido por la eliminación de varios científicos de alto rango no ha logrado detener la paulatina incorporación de Irán al club de los países protegidos con la coraza atómica.
Esa misma diseminación del poder nuclear impide a Washington imponer su arbitraje en otros conflictos regionales.
Las tensiones entre Pakistán e India oponen, por ejemplo, a dos ejércitos con ese tipo de armamento y consiguiente capacidad para autonomizarse del tutelaje imperial.
Trump falló también en sus agresiones contra Venezuela. Propició todos los complots imaginables para recuperar el control de la principal reserva petrolera del hemisferio y no pudo doblegar al chavismo.
Sus amenazas chocaron con la imposibilidad de repetir las viejas intervenciones militares en América Latina, ya coheciono al pueblo venezolano, quien ha resistido tenazmente las acciones descaradas y abusivas de un modelo desesperado por la incapacidad de sus lacayos en la región.
Estos nos deja como reflexion, que no basta con tener la oportunidad de dirigir el complejo militar más poderoso del mundo, sino que hay que tener la capacidad e inteligencia para saber persuadir al contrario sin necesidad de arrogancia y humillación hacia un contrario más débil.
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