La desmitificación de la democracia
Por Samuel Luna
Muchos de nosotros nos comportamos como Don Quijote de La Mancha, proyectando un corazón noble para generar una transformación en el Estado o en el pueblo. El problema es que nuestros ideales están basados en fantasías que no nos permiten desmitificar la democracia; y arrastramos ideales que son presas de paradigmas que nos limitan a proceder en la transformación del Estado.
Si queremos una real transformación, debemos entender que esta democracia en la cual nos desarrollamos no es real, nos han hecho creer que somos un país democrático, libre y con equidad; sin embargo, no es así, tenemos montañas de conflictos que debemos resolver. La mayoría de nuestros políticos y funcionarios no están desempeñando correctamente el papel para el cual el pueblo los eligió; ellos fueron elegidos para reducir los conflictos en base a consensos. De hecho, si nos vamos a la práctica, la democracia es un conjunto de reglas que sirven para resolver los conflictos que surgen en cada sociedad. Conflictos y consensos son dos realidades que cada líder debe enfrentar de manera sincera, íntegra y con mano dura, para así crear un Estado justo, próspero y seguro para cada ciudadano.
Hay que desmitificar nuestra democracia, y para esto debemos vernos en el espejo, ese espejo llamado proceso electoral que nos confronta en cada período eleccionario y nos revela que nuestra democracia solo es un fórum en un contexto de salvajismo, operando en base a trueques, que intercambian el voto por dinero, las ideologías por empleos y la impunidad por posiciones gubernamentales. Esta conducta de trueques y salvajismo establece las condiciones para que el Estado se convierta en una finca fraccionada en parcelas privadas, en lotes divididos con alambres de púas, para evitar el acceso de un pueblo sediento, hambriento y traicionado por una democracia imaginaria y manejada por gigantes más grandes que los molinos confrontados por el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
A pesar de todo este comportamiento selvático y montaraz, tengo la fe y la esperanza, que en los tuétanos de la mayoría de los ciudadanos, existe un espíritu de búsqueda, de solución y de esperanza. Un espíritu que rechaza tácitamente el regreso a los tiempos dictatoriales. Tengo la fe y la esperanza que seguiremos luchando, no importa si luchamos de pie o de rodillas, no importa si peleamos con molinos imaginarios o con estructuras reales. ¡No importa! Lo importante es desmitificar la democracia para cristalizar los derechos del pueblo. Espero ansiosamente el día en que los ciudadanos al golpear los molinos, seamos interrumpidos por una voz esperanzadora, que nos haga entender que los gigantes no se vencen, y que esa voz nos convenza de que a quienes debemos vencer es a nuestro propio comportamiento individual y colectivo. Es difícil vencer a los gigantes, porque los hemos creado nosotros mismos; entonces, a quien debemos vencer es a nuestra propia voluntad distorcionada. Aquella voluntad que nos hace entregar el poder a los políticos que practican la corrupción y descuartizan el espíritu de la democracia.
Mientras escribo recuerdo un poema de Francisco Castillo, un artista plástico de Jarabacoa,
“Me hice de mi escudo, mi lanza, mi coraza y corcel; entonces salí a batirme. Peleé como invencible guerrero, traspasando tejidos, oyendo crujir los huesos y las astillas. Pero de él se profetizó que no serían quebrados sus huesos, y su carne no vería corrupción. ¡Oh Quijote! ¿Cuántos molinos has vencido?”
A manera de reflexión, viene a bien preguntarnos: ¿Qué debemos vencer para desmitificar la democracia? Y ¿Con qué tipos de hombres y mujeres debemos contar para generar cambios sustanciales en nuestra nación?
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