Carcoma en las paredes del Estado
Por: Samuel Luna
La corrupción y la falta de liderazgo son dos adversarios muy peligrosos para el Estado; ambos tienen la capacidad negativa para demoler las estructuras y el espíritu de cualquier nación hasta el punto de provocar consecuencias catastróficas en todos los sectores de la sociedad.
Me gustaría hacer una comparación que nos ayudará a entender con más claridad el daño que produce la corrupción en el Estado. Imaginemos que la corrupción es como la carcoma que perforan la madera, y construyen galerías en el corazón de la misma, reduciendo las puertas, las columnas, las vigas y las ventanas en aserrín. Cuando esto sucede, la casa entera se desploma, produciendo daños físicos, económicos, emocionales y en ocasiones, hasta muertes.
Cuando la mayoría de los políticos y funcionarios se comportan como la carcoma, devorando la esencia y la sustancia del Estado; cuando construyen túneles secretos para sustraer de forma indebida los bienes de toda una nación, podríamos decir con tristeza y desesperación que estamos frente a un país destinado a desplomarse, provocando en la nación pérdidas económicas, falta de confianza, enojo, impotencia y anarquía.
Cualquier político o funcionario del estado que practique la corrupción en forma de carcoma, debe ser removido de cualquier espacio de incidencia en el Estado. Para lograr esta gesta de no impunidad, es necesario e insoslayable contar con líderes llenos de coraje, que sirvan de inspiración y de modelo.
La ausencia de un buen liderazgo provoca en el pueblo una miopía que no permite ver claramente la función del Estado; una ceguera que no nos permite visualizar a distancia hacia donde va la nación.
Un presidente, un congresista, un alcalde, un regidor, o cualquier funcionario del Estado que no posea un conjunto de cualidades que sirvan de inspiración a toda una nación, se convierte inevitablemente en un adversario del Estado y del pueblo.
Cuando un líder o un servidor público no inspira confianza en las masas, este líder genera una parálisis social. Esta parálisis genera una inestabilidad e inseguridad, que afecta la seguridad ciudadana y la economía del Estado. Afirmo, sin temor a equivocarme, que tenemos una necesidad perentoria de un líder que modele e inspire con acciones concretas y transparentes a un pueblo carente de confianza en las autoridades.
El líder transformacional no se fabrica en los medios cibernéticos, mucho menos ofreciendo regalos para adquirir un voto para perpetuarse en el poder. Todo aquel que compra las masas, no es un líder transformacional ,sus seguidores lo saben, pero no lo externan por temor a perder un pedazo de pan y una posición imaginaria. Lo siguen por el pan; mas no por su autoridad. De hecho, me atrevo a suponer, que muchos lo odian y se burlan en secreto de sus acciones populistas.
La carcoma destruye, y es similar a un líder que no quiere ni sabe guíar el Estado. Cuando un líder no posee la capacidad moral de modelar, cuando no concientiza a los ciudadanos de sus deberes y derechos, automáticamente, ese líder se convierte en el arquitecto y constructor de una anarquía. Ese anarquismo surge por su arrogancia, indisciplina y corrupción. Además, aflora el desencanto que debilita la esperanza, y donde no hay esperanza, tampoco existe la democracia.
Si tomamos en consideración la conducta que reina en la mayoría de nuestros llamados líderes, podemos decir con certeza, que la imagen de líder que predomina en la psiquis del pueblo está distorsionada; el pueblo solo puede captar una silueta que no nos permite identificar quién realmente es la persona que nos dirige, solo podemos ver un fondo negro con doble percepción óptica, algo incómodo y laberíntico.
Necesitamos líderes honestos que identifiquen donde están las galerías que producen la carcoma, líderes que implementen una profunda limpieza en todos los organismos del Estado. Un liderazgo que retome los principios Duartianos, para implementarlos en el Estado. Líderes transformacionales, con entusiasmo, pasión y comprometidos con las necesidades del pueblo. Esto no debe verse como una utopía, sino como un proceso natural de la democracia que puede lograrse generando intencionalmente un cambio de paradigma en una nueva generación y en un nuevo liderazgo.
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