LA RECOMPOSICIÓN GEOPOLÍTICA DE LA REGIÓN
Por Henry Polanco
Sin lugar a dudas América Latina se encuentra atravesando por un momento de verdadera crisis regional en la que lo primero que se encuentra en cuestión es la vigencia del patrón de poder que recorre a la totalidad del Sur del continente, desde la frontera Norte de México hasta la Tierra del Fuego, en Argentina.
Múltiples intereses se están reorganizando desde hace algunos años, cuando las fortalezas y el estatuto hegemónico de los proyectos de gobierno progresista, inaugurados a principios de este siglo, comenzaron a perder su impulso orgánico y a ser cada vez más asediados por intereses contrarios; buscando abrir y hacer sangrar las porosidades presentes en los débiles equilibrios de fuerzas que los llevaron y los mantuvieron en el control del Estado y de su andamiaje gubernamental durante una década.
En términos generales, y quizás un tanto simplistas, hoy la región se encuentra en disputa por dos potencias en tensión, hasta cierto punto simétricas o por lo menos ahora no tan asimétricas dentro del marco de referencia que provee la disputa hegemónica global.
Por un lado, las fuerzas progresistas construidas desde la base, durante una década, por estos gobiernos; y por el otro, la articulación de los intereses que siempre les fueron reaccionarios y las nuevas clases sociales y grupos de poder que el propio progresismo formó, nutrió e hizo crecer no tanto porque quisiera minar su propia hegemonía, sino porque fueron resultado de las políticas sociales de masas que, en cierto sentido, les aburguesaron estratos medios que en un corto periodo de tiempo escalaron la pirámide socioeconómica nacional hacia los niveles más altos y mejor acomodados.
En su escala regional, eso se ve reflejado en los contrastes hoy tan palpables y tan polarizantes que se abren entre gobiernos abiertamente militaristas como el de Brasil (Brasil) y sus opuestos con vocación y principios revolucionarios vigentes (Cuba).
Lo que hay en el medio son un montón de matices que, no obstante su amplio espectro, se mantienen en línea con ese rango de polarización que domina en el grueso de los conflictos sociales vigentes.
Los niveles a los cuales ha escalado la violencia en momentos de resistencia social como en Ecuador y Chile, frente a los ajustes fondomonetaristas, dan cuenta de ello, más el golpe de Estado contra Evo Morales
La reciente excarcelación de Luiz Inácio Lula da Silva y el triunfo electoral de Fernández-Fernández han acaparado la atención y han orientado los ánimos en dirección a un nostálgico optimismo que a ratos, de manera muy intensa, hace creer a muchos círculos que el ciclo progresista esta de vuelta, luego de un breve periodo de interrupción que ya se estaría agotando.
La marcha atrás del Gobierno ecuatoriano respecto del alza de precios a los combustibles y el cambio de gabinete en el Gobierno de chile, por su parte, se sumaron a esa construcción narrativa que poco a poco iba perfilando que quizá las cosas podrían regresar al cauce en el que se encontraban cuando convergieron Chávez, Lula, Evo, Cristina Fernández, Correa y Mujica, Pero vivimos un nuevo momento en la historia, nada será siempre igual o parecido a lo anterior, los países marcan su agenda.
Y quedan claro que Bolivia y Venezuela vivieron procesos diferentes pueblos en las urnas, en las calles y en las redes sociales demuestran con su voto y sus protestas, el agotamiento de la ofensiva imperial conservadora y peligrosa acciones restauradora neoliberal de la derecha oligárquica, en alianza con el fundamentalismo religioso, el poder mediático, el capital y las empresas trasnacionales que, de la mano del imperialismo norteamericano, en su naturaleza depredadora, excluye a amplios sectores de la población, destruye el trabajo digno, la vida en armonía con la naturaleza y pone en peligro a la especie humana.
Los pueblos están demostrando que es posible derrotar la ofensiva imperial, que en sus propósitos acude a la criminalización de la protesta social, el confinamiento y desplazamiento de poblaciones, el asesinato de líderes sociales y políticos, el feminicidio, la persecución a líderes de gobiernos progresistas y a la judicialización de la política.
Se abren tiempos de esperanza. La unidad es vital y constituye un deber, más el derrocamiento del gobierno de Evo Morales conlleva un nuevo reacomodamiento en la región y tendrán que ser los grupos sociales o populares qué retomen la iniciativa con una agenda de combate directo al restablecimiento neoliberal.
Ahora lo vemos en Bolivia y esperamos que las protestas en Chile logren el objetivo Real de derrotar al fascista piñera y el régimen oligárquico de Chile..sería un golpe central contra el modelo político económico qué ha envilecido a la humanidad y ha engordado las desigualdades sociales políticas y económicas del continente.
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