LAVANDO “LA REMÚA”EN EL RIO
Por: Mary Esther Estévez
Desde tiempos remotos la sociedad patriarcal les ha otorgado a las mujeres el papel de su asumir los quehaceres domésticos de la casa, como son: el cuidado de los hijos, la limpieza, la compra en el mercado, la preparación de los alimentos, etc.
Una de esas tareas es el lavado de la ropa, oficio que ha cambiado mucho, de acuerdo a los avances tecnológicos. No es igual la forma de lavar de los tiempos en los que no existía la lavadora a lo de ahora, que la podemos comprar o alquilar.
La dura realidad de entonces exigía a las féminas el mayor grado de creatividad para resolver el lavado de la “remúa”. En efecto, una de las alternativas era aprovechar los recursos de la naturaleza e irse al cristalino rio o al arroyo más cercano.
-Mujeres, ¡mañana vamos para el rio a lavar! -Decían las vecinas, comadres, madres e hijas para reunirse e ir juntas a lavar las piezas de ropas de toda la familia.
A pesar de ser una actividad agotadora, las damas dedicaban uno o dos días a la semana para bajar al río, donde permanecían todo el día en esta labor.
En una especie de división técnica del trabajo, Los hombres se encargaban de ambientar el entorno donde sus mujeres lavaban: apilaban piedras grandes formando charcos y preparaban pequeñas mesas dentro del rio para así hacer más cómodo el oficio de las damas.
Eran utilizados los lebrillos o canoas de madera para trasladar las ropas al rio. Tiempos después estos recursos fueron sustituidos por baños de aluminio y poncheras.
La escasez de detergentes y utensilios de limpieza hacían que estas mujeres se ingeniaran las estrategias para dejar las telas impecables: golpearlas contra una piedra, estregarlas con un “musú”,hasta llegar a hervir en lata para darle olor, principalmente a las sabanas y ropas blancas.
Las niñas se encargaban de tender las ropas donde el sol calentara más rápido; las ramas de los árboles y las mismas orillas del rio eran utilizadas como tendederos.
Mientras se sentaban todas en círculo o cada quien, en su piedra preferida, muchas cantaban y otras conversaban sobre los asuntos del hogar.
Bajo las sombras de árboles frutales, los niños jugueteaban entre las aguas y disfrutaban el tiempo de calidad que vivían al bajar al río.
Ese tiempo se fue. Ahora ya no es como antes. La modernidad ha arropado el sentido de la felicidad y la unión familiar.Hoy las familias no comparten ni ese momento. Poner a lavar la ropa en lavadoras modernas y multifacéticas a las que solo hay que colocarles el detergente y dejarlas funcionar solas. Es cierto han hecho de este oficio mucho más cómodo y rápido, pero al precio de asumir “la ley del menor esfuerzo”, apartarnos de la naturaleza y alejar las familias.
La modernidad es buena, y nos ayuda a evolucionar y a encontrar facilidades para la vida, pero también es bueno recordar como nuestros ancestros vivieron su modernidad, cómo disfrutaron las pequeñas cosas de cada momento y como pudieron sacar de la naturaleza la facilidad de hacer las cosas.
Mujeres con almas de guerreras hoy pueden recordar sus tiempos al lavar en el río, muchas de ellas pasaron más trabajo que otras, pero sin duda alguna, en sus memorias siempre vivirá la alegría de compartir momentos de calidad con sus hijos y vecinas.
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