La política como prostitución
Si miembros de la élite política, gobernante o en la oposición, son capaces de renunciar a su responsabilidad de servicio público y venderse a cambio de dinero, su acción no difiere de quienes comercian con su cuerpo. La disimilitud entre prostituirse y corromperse reside en el fin de la acción. La corrupción política conlleva, en la mayoría de los casos, un beneficio personal. Donde también los partidos, las empresas o los gobiernos se benefician de ella.
Ejercer la prostitución política, en cambio, trae consigo convertirse en mercancía. Ofertarse y ser deseado, su práctica no ataca la credibilidad de instituciones y organismos donde se desarrolla. María Moliner concibe la prostitución política como un empleo deshonroso de cargo o autoridad; por ejemplo, obteniendo provecho ilícito de ellos o sirviendo a intereses mezquinos. Hacer alguien uso deshonroso de cualquier cosa que posee y que en si es noble, vendiéndola o envileciéndolo.
La prostitución política no esta exenta de las reglas que posee su par, la prostitución sexual. Es ante todo, un acto de compra y venta sometido a la lógica del mercado. Su referente es la seducción y la libido. Solo que en este caso, el deseo no se activa con el uso de tacones, faldas cortas, musculatura exuberante o tamaño de los miembros. Para prostituirse políticamente hay que mostrarse cínico, falto de ética, mentiroso, plutócrata y desde luego no tener escrúpulos. Los reconocemos por sus actos. Se prestan para cualquier servicio, día y noche. No descansan nunca. Declaran guerras, crisis diplomáticas, comercian con su voto y renuncian voluntariamente a su dignidad a cambio de efímeros momentos de gloria. Venden al mejor postor la soberanía nacional, la memoria histórica, cualquier cosa que se les solicite. Una vez prostituidos gozan con ser requeridos continuamente. Se consideran el o la más deseada del burdel. Por ello se vanaglorian de dar clases en universidades extranjeras a las órdenes del cabrón. Y de vez en cuando de ser el o la favorita. Pero no dejan de ser meretrices de la política. Por su singularidad las encontramos en todo el espectro ideológico.
En esta sociedad donde prima la economía de mercado, el ejercicio libre profesional de prostitutas y prostitutos no puede considerarse un acto reprochable. La condena la guardamos para los casos y circunstancias donde existe violencia física y psíquica. El juicio moral lo establecemos cuando se trata de trabajo esclavo y de proxenetas, donde asistimos a la degradación de hombres y mujeres, destinados a satisfacer su deseo sexual.
La prostitución política la podemos identificar como una practica hipócrita. Es una doble moral alejada de los principios éticos sobre los cuales se fundamenta el quehacer de la dignidad humana. Prostituirse políticamente es ofertar un producto que no pertenece al meretriz. Hablamos de bienes públicos, de riquezas naturales, de fuentes energéticas, de decisiones soberanas, de votos, de acervo cultural, de independencia. Sin embargo, para quines deciden prostituirse en la política, nada escapa a la compra y venta. Mientras se sea ministro, diputado, senador, jefe de gobierno puede uno jugar y dilapidar el patrimonio de un pueblo o una nación. Resulta curioso constatar que su práctica se extiende de manera generalizada comprometiendo a una proporción no despreciable de las élites en el poder. Tampoco extraña que la prostitución política se asiente con mayor fuerza en países como la república dominicana donde la derecha política encarna supuestas reformas y transiciones democráticas o donde la izquierda o sectores progresistas se atomizan o se volatizan perdiendo su identidad a cambio de una ayuda humanitaria.
Es de entender que como sociedad somos brutalmente honestos, sobre todo con uno mismo. ver cómo millones de dominicanos siguen creyendo en este sistema de partidos corrompidos en estado de putrefacción, descomposición, manejada por truhanes y charlatanes. En las últimas décadas personajes como Balaguer, Hipólito, Danilo, Leonel y Miguel son los responsables y los perversos en degradar la política dominicana y más ahora con el (PRD) como negocio empresa de Miguel Vargas. Lo peor es que la sociedad ni una condena moral les da, por eso ellos están seguros de su fatal accionar sin importar lo que dirán si no pregúntenle al perverso y mercader de la política de Miguel Vargas. Esta sociedad sigue legitimando a sus corruptos con sus acciones vandálicas son como las mafias italiana versión dominicana.
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