SALOMON, GUABAYITA, DIÓGENES y LA ALFABETIZACIÓN.
Por Fabián Díaz Casado
“A nosotros ya no nos entran ni los tiros de pistola”.
Salomón y Diógenes, una pareja de veteranos de la vida, agricultores curtidos en las artes del trabajo arduo del Vallecito de Julián enclavado en la Cordillera Central de República, se encuentran por coincidencia, en una concurrida esquina de aquel hermoso municipio, cerca del parquecito central. Venían de sus respectivos conucos donde cumplían con sus quehaceres cotidianos.
La mañana de aquel día, empezaba a morir rápidamente y la tarde traía el calor abrazador que demandaba la cobertura de una sombra fresca que lo amortigüe. Era un calor inusual para esta parte del país, dijo Diógenes, por estos tiempos llueve mucho y la brisa es fresca.
En Vallecito se trabajaba en el Plan Nacional de Alfabetización y se había organizado jornada de ubicación y registro de personas iletradas, bajo el lema “QUE NADIE SE QUEDE FUERA” donde participaban todas las instituciones y organizaciones del lugar. Diógenes y Salomón estaban dentro de los candidatos potenciales pero eran más jibaros que una guinea tuerta.
Inician un diálogo animado por la presencia de las personas que trabajan en el Plan Nacional de Alfabetización y ante una pregunta de una joven que se identifica, graciosamente como Guabayita: ¿Han ido a la escuela alguna vez? Claro que sí dice Diógenes, el más joven de los dos. Dice, señorita, yo si fui a la escuela pero no aprendí mucho, solo a firmar con tres cruces y a contar malamente.
Diógenes reconocido como parlanchín que disfrutaba dialogando sobre cualquier tema que le perimiera acercarse al pasado autoritario y excluyentes que le tocó vivir a mediados de la Era de Trujillo, dónde a decir de éstos “se podía dormir en la calle y nadie se atrevía a tocarte y al que cometía un delito como robo o violación lo colgaban en una plaza pública”.
Salomón, montado en su burro bayo conversaba animadamente con su compadre Diógenes sobre las peripecias que han pasado para llegar hasta donde estamos hoy. Primero el saludo de reglamento, apretón de manos y quitado el sombrero de fieltro negro que cubre sus cabezas encanecidas y media calvas.
Compadre, no se olvide yo que fui alcalde pedáneo, le puedo decir hoy que eso no eran tan así; era por el miedo que se le tenía a los matones, a los chivatos y a las brujas del Jefe. Recuerde compadre, era la ignorancia y el miedo de la gente nos obligaba a uno a estar despierto cuando debía dormir, dice Salomón.
Guabayita, fascinada con las ocurrencias de sus contertulios, abre los ojos y comenta para sí. Es difícil escuchar estas palabras tan sabia de un señor que no aprendió ni siquiera a escribir su nombre. Guabayita, era hija de campesinos, cuyo padre se esforzó y se hizo maestro, abriendo así el camino de su hija, quien tuvo la suerte de ingresar a la Escuela de Medicina de la universidad estatal. Una vez graduada, se inició como pasante en la Unidad de Educación de Atención Primaria y ahora saca un tiempecito para dedicarlo al Plan de Alfabetización.
Salomón, se planta, se acoteja el machete que cuelga de su cintura e interviene diciendo: mi historia no es distinta a la suya compadre, yo me dediqué a cuidar la finca de de Don Pepe, heredé ese trabajo de mi padre; nací y crecí cuidando el ganado, arriando la recua y curando animales cuando estos se enfermaban…no había tiempo para ir a la escuela.
Guabayita, contenta de oír aquellas historias, desconocidas para ella, despierta su curiosidad y los recuerdos de sus vivencias en casa de sus abuelos, donde los peones y jornaleros hacía jaranas en tiempos de lluvia cuando el temporal impedía salir de las casas. Ellos aprovechaban el tiempo contando sus historias, rememorando sus andanzas, hazañas y sufrimientos ¡Tampoco ellos tuvieron tiempo de ir a la escuela!
Al despertar de su embrujo melancólico, Guabayita vuelve en sí y retoma el tema de su conversación inicial, reconociendo que se había desviado en diálogo pero complacida con sus interlocutores y las vivencias que contaban. Su objetivo era conquistar aquellos septuagenarios para que aprendieran lo básico en los Guabayitas de Aprendizajes que se estaban conformando.
Salomón y Diógenes sueltan una carcajada y comentan entre ellos: esa doctorcita ha vivido poco compadre, dice Diógenes; bueno sí, responde Salomón; le pasa lo mismo que a nuestros muchachos que se fueron a estudiar a la universidad y cuando volvieron ya no entendía de nada. Parecía marcianos ¿Qué saben ellos de las peripecias que pasa la gente del campo? ¡Viven como reyes!
Tanto Diógenes como Salomón tenían varios hermanos y cuándo Guabayita le preguntó cuánto de ellos fueron a la escuela dijeron que todos porque en la Era de Trujilllo era obligatorio ir a la escuela, de lo contrario le ponía tras las rejas. Más de uno cayó preso, porque se llevaban de trabajar y olvidaban la escuela o el servicio militar. Los chivatos, los policías rurales y los alcaldes pedáneos “cazaban” a quienes intentaban burlar la “voluntad del jefe”, dicen.
Salomón, con sus 75 años a cuesta y con la marca de la pobreza estampada el rostro y sus manos callosas, lamenta que a pesar de eso, ninguno de ellos pudo pasar del segundo grado. La gente nacía para trabajar y el tener munchos hijos no era para mandarlos a estudiar era para trabajar en las fincas, unas veces como jornaleros y otras como peones en las factorías de los ricos, dice Diógenes con un dejo de nostalgia.
Guabayita, los invita amablemente a inscribirse en el Plan de Alfabetización que ejecuta el gobierno. Intercambian miradas, se ponen serios y Diógenes responde sin pensarlo mucho: dígame doctora, de qué le sirve a un par de viejos como nosotros ir a la escuela. Hemos vivido todos estos años sin saber leer ni escribir y mire donde estamos.
Salomón busca su cachimbo en macuto de guano tejido que cuelga de su cuello y trata de encenderlo antes de responder pero Diógenes se interpone habilmente y le recuerda con un gesto disimulado, que están ante una joven doctora. Se limpia el pecho y dice: oiga mujer, “a nosotros ya nos entran ni los tiros de pistola”, estos cocos ya no cogen letras, lo números tal vez.
Guabayita, se da cuenta de lo difícil que es convencerlo de aceptar su propuesta y le dice: miren señores, en este plan lo que menos cuenta es la edad, lo que ustedes aprenden es de ustedes y de nadie más ¿Por qué aceptan ir a la Clínica una hora cada día para yo ayudarle a cumplir el sueño de escribir su nombre con sus propias manos? ¡Anímense que saber no pesa, ni ocupa espacio!
Tírele una décima compadre para que doctora vea como canta poeta de campo, compadre. A seguidas suena un “Clarín, clareando y sigamos contando”; dice Salomón haciendo honor al nombre del gran sabio de la antigüedad quien hizo grandes reflexiones sobre el modo de vivir y organizar la vida.
Aquellos titanes del humor campesino se ponen de acuerdo sin querer y dan su sentencia. No se puede ir más rápido que vida, hay que vivir tal y como la gente nos conoce, endulzando la con la miel del humor la amarga hiel que la realidad nos impone, dice el improvisado sabio para el deleite de Guabayita y su compadre Diógenes.
En medio del diálogo Salomón, le aclara a Guabayita, que junto a su esposa Alba se inscribió en curso de alfabetización allá por 1986 pero el asunto no cuajó. Desde entonces decidió que en su casa los libros, cuadernos y lápices eran para los muchachos.
Unjú, compadre, así mismo es ¡Esos tienen que estudiar obligado porque son el futuro de la Patria, espeta Diógenes! Vea la muchachita esta disque doctora y lo bien que la pasamos conversando con ella, hasta el burro se quedó quieto.
Eso de Alfabetizarse suena bonito, la cuestión es que ya no tenemos tiempo ni fuerza dice Salomón. Además, el país necesita los brutos tanto como a los que saben la letra, recuerda ¿Quién va a producir la comida de la gente para la ciudad? Paco aclara que al que no sabe la letra cualquiera lo engaña y promete pensar la propuesta de la muchacha doctora.
Diógenes ¿Usted se imagina a esta pequeña recogiendo café con un ñango de dos cajones en la cintura como hacía la comadre Oneida? Bueno sí esa mujer parecía un hombre y lo buena gente que era, se lleva con todo el mundo. Esa mujer parió 14 hijos sin ir al hospital y murió de vieja, trabajaba como una burra para mantener a su familia, dice Diógenes. Ah, algunos se hicieron profesionales, recueras a José el que manejaba el tractor, se hizo agrónomo y María es profesora dice Salomón ¡Es la vida de la gente campo, doctora!
El paciente burro, Diógenes y Salomón irán por las callejuelas, calles, callejones, carreteras y caminos con su carga de sueños irrealizado sin poderlos expresar en el papel. Guabayita, la soñadora y romántica doctora del pueblo, continuará insistiendo en la búsqueda de cura para la ignorancia, el miedo y la apatía inducida de la gente que requiere apoyo para alfabetizarse.
Compadre vamos a movernos porque este burro es bien burro nada mas con escuchar hablar de escuela ya se ha puesto nervioso señala Salomón. Compadre ¿es el burro o es el dueño? No compadre, con esta muchachita cualquiera habla un año entero. Es el que el burro no ha bebido agua en dos días y parece que tiene sed ¡Hasta luego señorita, hasta lueguito compadre Diógenes, nos vemos en la noche!
Guabayita se despide cariñosamente de sus contertulios, poniéndose a la disposición en la Clínica donde ofrece servicios de salud. Al dar la espalda dice: ¡piensen bien en mi propuesta y si deciden cambiar de opinión me avisan! Puedo ir adonde ustedes me diga. Son gente buena, honesta y trabajadoras. Quiero compartir con ustedes mi experiencia como estudiante, es hermosa ¡Anímese Salomón y convenza a Diógenes, juntos haremos un buen equipo! ¡Clarín, clareando y sigamos contando…!
Deja un comentario